Hoy nos sorprende lo sucedido en la asamblea del PRI, donde se definieron las condiciones para impulsar la reelección de Alito Moreno en la presidencia del partido.

Lo que sucede en este, que ha sido el partido ancestro de los otros dos partidos igualmente hegemónicos, -como lo son MORENA y lo fue el PRD-, nos refleja la crisis de nuestro modelo político.

El PRI languideció de vejez y tuvo como heredero, -cuando aún estaba en plenitud-, al PRD, hoy desaparecido. Éste a su vez engendró a MORENA, que lleva los mismos genes de su abuelo. Es más, se percibe un asombroso parecido que une a ambos, -siguiendo las leyes de la genética descubiertas por el científico austriaco Gregorio Mendel-, respecto a la transmisión de características de abuelos a nietos.

Sin embargo, el mismo conflicto interno se está dando dentro del PAN, con Marko Cortés y su última reelección. México es un país donde las instituciones se mueven a partir de un líder fuerte que toma decisiones unipersonales.

De este modo vemos que el PT, -Partido del Trabajo-, pertenece a Alberto Anaya. El Partido Verde a los González Torres. Movimiento Ciudadano tiene como elemento de cohesión a su fundador Dante Delgado y MORENA… ¿que sería sin su líder moral Andrés Manuel López Obrador?... quien dice que se va, pero seguramente no lo hará porque el pueblo le exigirá que no lo abandone.

Los partidos políticos en México siempre han respondido a la voz de un líder, -en funciones-, o a un líder moral que lo mueve tras bambalinas.

Hasta el hoy desaparecido PRD primero tuvo como líder moral a Cuauhtémoc Cárdenas, hasta que Andrés Manuel López Obrador se apropió de él y lo exprimió hasta dejarlo en fase de damnificado político en manos de los chuchos.

Por tanto, lo que hoy vemos en el PRI, -como partido de un solo hombre-, no es más que un reflejo de nuestra idiosincrasia: México, -desde su conformación como nación-, es un país que siempre quiere someterse al liderazgo de un cacique todopoderoso y paternalista, porque le tiene miedo a la libertad y la democracia. Los números de esta última elección confirmaron que los demócratas somos una minoría… muy importante, pero aún minoría.

Nuestro modelo sindical refleja lo mismo: líderes eternos y paternalistas.

Sin embargo, gracias al principio fundamental de nuestra vida política, -heredado de la revolución maderistaSufragio efectivo… no reelección”, que hasta hace pocos años era la rúbrica de cualquier documento oficial, es que hasta hoy-, y desde los últimos cien años, no hemos tenido nunca un dictador eternizado en la presidencia. El legado maderista ha sido nuestra salvación.

Por ello el PRI, en su época hegemónica creó un modelo infalible de sistema dictatorial institucional, donde el dictador absoluto, -igual que en la Unión Soviética-, ejercía el poder del ejecutivo, y además, controlaba tras bambalinas al partido en el poder. Cuando este líder dejaba la titularidad del gobierno, se desdibujaba en la soledad del ocaso del poder y también perdía el control del partido.

Sin embargo, durante la transición una fuerte estructura institucional partidista garantizaba la alternancia del poder gubernamental y del liderazgo moral del partido, pues la titularidad del organismo político se otorgaba a un incondicional del presidente recién electo.

La renovación de las personas dentro de un modelo de hegemonía y control institucional generaron un sistema perfecto, autocrático, pero con apariencia de democracia.

¿Qué ha sucedido hoy con el PRI?... Vemos que desde hace seis años se ha debilitado la institucionalidad del partido, cuando perdieron la presidencia de la república. Por ello se está convirtiendo en el partido de un solo hombre.

Incluso recordemos que durante el gobierno de Felipe Calderón, -y con su apoyo y complicidad-, Enrique Peña Nieto, -siendo gobernador del Estado de México y con el respaldo del Grupo Atlacomulco, tomó control del PRI-, éste se convirtió en líder moral del partido y nada se movía sin su consentimiento; incluso designaba candidatos a las gubernaturas, dando instrucciones al presidente del partido. Como presidente de la república Peña Nieto tomó el control total del partido.

¿Qué sumió al PRI en la crisis actual?

Primeramente, que Peña Nieto se fugó del país, totalmente desprestigiado por encabezar el gobierno más corrupto de la historia de México y pretendiendo cumplir con el pacto asumido con López Obrador para tener impunidad y olvido. Por ello se autoexilió en España y el presidente López Obrador lo protegió. Las críticas presidenciales al neoliberalismo siempre han estado centradas en los gobiernos de Calderón y Fox olvidando que la mayor corrupción se dió en el sexenio de Peña Nieto.

De rehén, Peña Nieto dejó a un partido descabezado en manos de Alito.

Como primer impacto, este partido fue debilitado por sus gobernadores, que se entregaron a López Obrador y cedieron sus estados a MORENA, -sin resistencia-, a cambio de impunidad. De este modo se entiende cómo priístas, -como Quirino Ordaz-, cedió Sinaloa a cambio de una embajada. Claudia Pavlovich, regaló un gran estado, -de importancia estratégica como Sonora-, a cambio de un consulado y los hubo como Alfredo del Mazo, que dejó abandonado el Estado de México a cambio de simplemente impunidad. Omar Fayad abandonó a su suerte a Hidalgo. José Murat obsequió Oaxaca a cambio de promesas y aún no le toca nada como pago. Como estos gobernadores priístas, hay otros más.

Esto debilitó al partido pues resquebrajó su autoestima, y de ser un partido poderoso, sus militantes y la ciudadanía lo percibieron fracasado y sin futuro.

El segundo impacto lo dio el éxodo de figuras icónicas del partido, -que en lugar de confrontar a Alito, y luchar por reconfigurarlo-, prefirieron abandonarlo, pues las expulsiones sin motivos justificados pudieron haberse revertido frente a las autoridades electorales si lo hubiesen intentado.

Algunos de ellos, -como Ramírez Marín-, lo abandonaron para afiliarse a algún partido afín a la 4T, como hizo éste acercándose al Partido Verde, -satélite de Morena-, para obtener algún cargo.

Las figuras icónicas del PRI, poseedoras de gran trayectoria política, -que aún quedan en su militancia-, no deben abandonar su partido, sino permanecer en él y protegerlo de la autodestrucción.

Podremos criticar al PRI, pero durante su época de esplendor dio estabilidad a México. Uno de sus presidentes, -Ernesto Zedillo-, tuvo la estatura política de un estadista que reconoció el derecho de la ciudadanía para optar por una nueva opción y con una transición ordenada y respetuosa se inició la alternancia partidista que nos dio una verdadera vida democrática. Incluso en la era del PRI como partido hegemónico se estructuró el IFE como institución autónoma e independiente del gobierno, organismo ejemplar que nos ha garantizado hasta hoy una vida democrática que estamos obligados a preservar como legado para las próximas generaciones.

Abandonar el barco cuando está en peligro habla mal de quienes lo dejan a su suerte.

Si algún partido puede convertirse en contrapeso ideológico de MORENA, es el PRI. Por tanto, es urgente defenderlo de sí mismo y de sus actuales dirigentes.

LA GRAN MENTIRA

El secretario de la Comisión de Puntos Constitucionales de la Cámara de Diputados, -el morenista Oscar Cantón Zetina-, en un evento realizado en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco aseguró que la iniciativa para elegir por voto popular y universal a jueces, magistrados y ministros de la SCJN se instrumentará porque el dos de junio el pueblo de México, -al darles el voto para los cargos de elección popular-, también le dio a MORENA el mandato de instrumentar la reforma judicial.

Aseguró que “el dos de junio el pueblo, -de manera contundente-, sin ninguna duda, de manera absolutamente mayoritaria dijo que quería una reforma judicial y tenemos un mandato popular que seguramente vamos a cumplir con una enorme responsabilidad”.

Este es un argumento que los morenistas promueven de boca en boca, como si fuese una verdad incuestionable.

Sin embargo, ésto es una gran mentira, porque el electorado les dio el cargo, pero eso no incluía, -en paralelo-, las iniciativas legislativas que esta bancada de la 4T propone.

La Ley Electoral es clara… el voto fue para elegir a quienes ocuparán los cargos de elección popular y hasta ahí llega el mandato popular. La elección del dos de junio no fue un referéndum para aprobar iniciativas legislativas ni de ningún otro tipo.

Es un abuso de confianza de tipo autocrático y dictatorial extrapolar el voto electoral a cada una de las ocurrencias de la 4T.

Urge que el INE defina el alcance jurídico y legal del voto electoral.

Además, ¿entonces para que están realizando el teatro, -o circo-, de los foros de auscultación respecto a esta propuesta de reforma?… ¿Simplemente para legitimar la iniciativa presidencial?

¿A usted qué le parece?

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