La seguridad en México es un tema que nos ocupa a todos, y en estos tiempos de incertidumbre y desafío, permanece en el centro del debate nacional. Como empresario y ciudadano mexicano, me siento obligado a compartir mis reflexiones sobre este asunto crucial.
Empecemos hablando de la ley. En un escenario ideal, la ley debería proteger los derechos y libertades de cada ciudadano. Sin embargo, vemos con preocupación cómo en ocasiones se convierte en una herramienta para despojar a la gente de estas mismas libertades y derechos, sobre todo en lo que respecta a la seguridad personal.
El papel del gobierno debería ser ejercer el monopolio de la fuerza para protegernos; sin embargo, vemos que opta por dedicarse a una diversidad de proyectos dejando de lado su rol más fundamental: garantizar la seguridad y justicia para su pueblo. Como resultado, estamos enfrentando niveles alarmantes de violencia e impunidad.
En un entorno donde el Estado no cumple su principal función, que es la de proteger a sus ciudadanos, las autoridades nos están orillando a una solución que a algunos les podría parecer extrema: la portación y el uso de armas. ¿Por qué? Porque si el Estado no puede garantizar nuestra seguridad, entonces nosotros tenemos el derecho de defendernos. Veamos.
Primero: el derecho que tenemos los seres humanos para defendernos de ataques a nuestra vida y propiedad es sagrado. No nos lo puede quitar nadie.
Segundo: para poder ejercer ese derecho a defendernos, es evidente y obvio que debemos tener acceso a los medios necesarios, eso incluye las armas en manos de los ciudadanos.
Tercero: los gobiernícolas, los autoritarios y los dictadores por supuesto que tienen terror a que los ciudadanos puedan tener armas en sus casas y en sus manos, porque así, indefensos, no pueden oponer resistencia alguna ante la tiranía. Un buen ejemplo es lo que pasa hoy en Cuba, donde la gente está muerta de hambre y no tiene más que los puños y las piedras para defenderse de la bota de los comunistas autoritarios cubanos; han quedado en pleno estado de indefensión.
Cuarto: es en ese contexto, que podemos decir sin lugar a dudas que la primera responsabilidad de la defensa de nuestra integridad personal radica en el individuo y no en el Estado.
Quinto: el que como sociedad nos organicemos para delegar el monopolio de la fuerza al Estado, es una señal de civilización y avance. Pero sólo puede funcionar cuando el gobierno es efectivo y da resultados. Claramente nuestro país no es el caso. Por lo tanto, resulta evidente que los ciudadanos mexicanos debemos tener armas y estar dispuestos a usarlas en defensa de nuestra vida, nuestras familias y nuestras propiedades.
Pero cuidado, no se busca promover la anarquía, sino reivindicar el derecho a la autodefensa en respuesta a un Estado a menudo enfocado en proyectos que lo desvían de sus obligaciones más esenciales.
Entiendo las preocupaciones que surgen alrededor de esta idea. Algunos dirán que más armas solo traerán más violencia, pero discrepo. Creo firmemente que, con una regulación estricta y criterios rigurosos, podríamos ver una disminución en la delincuencia. La libertad para portar armas, bajo un marco legal responsable, podría disuadir a los criminales y fortalecer la seguridad ciudadana.
Además, no podemos ignorar el papel del tráfico de drogas en la violencia que azota nuestra nación. La criminalización de las drogas ha creado más problemas de los que ha resuelto. Es crucial abordar el tema como un problema de salud pública y no como un delito. Si redirigiéramos los recursos utilizados en la guerra contra las drogas hacia la atención de la salud y la educación, veríamos resultados más positivos y una disminución en la violencia relacionada con el narcotráfico.
Rechazo también la idea de que la pobreza conduce inevitablemente a la criminalidad. Conozco a mucha gente que enfrenta grandes carencias y que ni por un segundo pensaría en unirse a las filas del crimen organizado, por más desesperante que se torne su situación económica. En contraste, existen personas muy ricas que prefieren delinquir como forma de vida. Esto no es cuestión de ser rico o pobre, es cuestión de principios.
La corrupción y la impunidad son los verdaderos enemigos que debemos combatir para evitar convertirnos en un estado fallido. Aunque tenemos que terminar con la pobreza, el crimen organizado refleja otros problemas más profundos como la falta de justicia efectiva y el abuso de poder. Para evitar este destino, o establecemos el Imperio de la Ley, o padeceremos la Ley de la Selva.
La impunidad no se combate con más impunidad. Necesitamos una gobernanza que fortalezca el Estado de Derecho, la transparencia y la rendición de cuentas.
Debemos asegurarnos de que la ley sea un escudo que proteja a los ciudadanos, y no una espada que los amenace. La libertad y la seguridad no son conceptos mutuamente excluyentes; al contrario, deben ir de la mano para garantizar un México más seguro y próspero para todos.
Presidente y Fundador de Grupo Salinas
Sitio: https://www.ricardosalinas.com/
Twitter: @RicardoBSalinas