Últimamente, en entrevistas y ponencias, he hablado sobre un sentimiento terrible que tristemente motiva a muchas personas: la envidia.
El diccionario de la Real Academia Española define a la envidia como el sentimiento de “tristeza o pesar del bien ajeno. Deseo de algo que no se posee”.
Lo más interesante de este sentimiento, es su universalidad; sin embargo, la diferencia es qué hacemos con él. La envidia se centra en el otro ―en el envidiado―, más que en uno mismo, y se enfoca en opacar sus logros. Es un veneno, de allí su poder destructivo.
La gente me pregunta qué pienso cuando en la famosa lista de multimillonarios aparezco como “el tercer hombre más rico de México” y no como el primero; o si me afecta saber que Elon Musk tiene veinte veces más dinero que yo. A ellos les contesto: no. La envidia es muy perniciosa, porque siempre habrá alguien que tenga más dinero y mejores perspectivas o competencias que cualquiera de nosotros.
El dinero facilita muchas cosas, pero no lo es todo… no es, ni siquiera, lo principal. Es sólo un medio. Una persona que inicia su carrera buscando el dinero como prioridad, seguramente terminará siendo bastante infeliz. La abundancia de bienes como un fin en sí mismo muchas veces sólo genera avaricia y rencor, sentimientos nefastos para el progreso personal y social que debemos combatir.
Me da gusto saber que hay gente exitosa y me da más gusto saber que puede ser más exitosa que yo y que cualquier otro. No vamos a ganar nada minimizando los logros de los demás; por el contrario, hay que complementar nuestras actividades con las innovaciones de terceros y buscar que nos vaya bien a todos, ese es el objetivo de la prosperidad incluyente.
Más aún, lo importante es en qué eliges invertir tu tiempo ―que es lo más escaso y valioso que tienes―, de acuerdo con tus objetivos y cómo decides vivir. Hay que tener un sentido de propósito en la vida. Ya lo he mencionado en otras ocasiones: no hay mejor receta para el éxito que hacer lo que te gusta y hacerlo bien.
Desafortunadamente, este mundo está lleno de envidia y tiene consecuencias en el ámbito económico. Muchos políticos con resentimiento buscan despojarnos de los bienes por los que trabajamos día a día, deteriorando las condiciones de vida de la sociedad y el desarrollo del país. Incluso llegan al extremo de hacernos pensar que la riqueza es perversa, cuando lo realmente inaceptable es la pobreza.
Recordemos que la riqueza no se produce por decreto: requiere de un entorno propicio para su creación y de mucho esfuerzo para alcanzar el éxito y generar valor para todos. No olvidemos que la pobreza no requiere explicación alguna; es el estado natural del hombre.
Solo quien trabaja por lo que desea, sabe cuánto cuesta lo que tiene.
La riqueza monetaria nos brinda seguridad y nos da acceso a diferentes satisfactores, pero su retorno en términos de felicidad no es lineal, llega un punto en el que tener más dinero no hace a la gente mucho más feliz.
Aprovecho para enfatizar: lo importante no son las recompensas materiales, sino la satisfacción por los logros alcanzados y saber que estás haciendo cosas que tocan y mejoran la vida de millones de personas. Eso es lo más valioso y es lo que nos motiva cada día.
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