Un tema necesario de reflexionar se refiere al futuro de la familia en la empresa, sobre todo cuando la actual generación ya no esté presente. ¿Son todas las familias para todas sus empresas?
Una cuestión, que ya el Dr. Miguel Ángel Gallo (profesor decano en el IESE de España) anticipaba hace años, tiene que ver con las iniciativas que muchos fundadores llevan a cabo al involucrar a toda su familia en los negocios familiares, con la ilusión de mantenerlos unidos en torno a su proyecto empresarial. Hay que decirlo de entrada: el problema está en que la unidad por decreto no es posible. Son muchas más las historias de fracaso cuando se pretende forzar a los miembros de la familia a entrar a la empresa y permanecer en ella por muchos años.
Es usual ver cómo la empresa irrumpe en la vida de la familia y sus integrantes. Una manifestación muy frecuente de esta situación se da cuando la vocación y/o actividad profesional queda supeditada a lo que la empresa (donde el fundador usualmente está detrás) requiera o la posición que cada miembro de la familia asuma (o sea asignada por dicho fundador).
El punto medular está en que la participación de la familia en la empresa es algo que debe ser reflexionado de manera cuidadosa. Se pueden dar por supuestas muchas cosas, pero con el tiempo la dinámica familiar irá cambiando: el involucramiento de nuevas generaciones, dedicación distinta, expectativas diferentes y un largo etcétera. No se puede dar por supuesto que los hermanos pondrán a la empresa en primer lugar.
En un estudio que llevamos a cabo en el CIFEM | BBVA, analizando la posibilidad o no de la familia de lograr la continuidad de su empresa, una de las dimensiones evaluadas se refiere al futuro, en términos de si se platica sobre un proyecto común, el grado de desarrollo que todos están alcanzando y sobre la disposición a seguir juntos en proyectos futuros. Nos encontramos que un 25% no tiene futuro. Podemos decir, por desgracia, que esas empresas familiares tendrán serios problemas. Otro 25 % van bien en este rubro y están preocupados por un mejor mañana. El restante 50% tiene distintos grados de avance, con tareas y temas que revisar. De este porcentaje, el problema es, en una transición generacional, no tener suficientemente claro qué va a pasar a futuro, es dejar cabos sueltos y pueden existir fisuras que se vuelvan fracturas que terminen por debilitar la estructura familiar y derrumbarla. Dicho de otro modo, un 75% de las familias empresarias están en riesgo de no tener futuro, porque no lo han definido.
No todas las familias son para todas las empresas, porque una tarea que debe lograr una familia es verdaderamente volverse empresaria. Las sociedades no funcionan porque exista una presión externa que la obligue, vía una suerte de manipulación o chantaje, que puede darse de muchas formas. Tampoco por el hecho de que se heredaron unas acciones recibidas por la siguiente generación.
Para que una familia sea el motor que impulse y cuide una empresa, primero debe darse la convicción y compromiso de la siguiente generación de querer estar juntos en sociedad y priorizar el interés común: la empresa, por encima de intereses personales y, en ocasiones, dejar a la propia familia en un segundo plano, en lo referente a su relación con el proyecto empresarial, cuando puede ponerlo en riesgo.
Pero también es cierto, como el Dr. Carlos Llano mencionaba en su libro Análisis de la Acción Directiva: “la fuerza de la familia-empresaria deriva del sentido de equipo y del sentido de entrega que genera; cuando ambas cosas faltan, sobra cualquier remedio: se ha llegado a un punto en el cual la empresa quizá ya no pueda seguir siendo familiar. […] La empresa entra generalmente en crisis no por ser familiar, sino justo por haber dejado de serlo”. Lo importante es querer ser socios como familia y trabajar cada día para lograrlo, con entrega, con responsabilidad, pero sobre todo con sentido de comunidad y de apoyo mutuo.
Roberto Jiménez Anguiano
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