La ficción ha superado a la fantasía desde hace décadas. La visión que teníamos del futuro nos ha rebasado y ahora, parece ser que las riendas de la evolución poco a poco dejan de ser nuestras.
Es verdad que cada vez nos fundimos más a las máquinas, y el cine, siendo éste también un producto de la tecnología, ha sido testigo y narrador de esta mutación. Podríamos decir, incluso, que el cine ha sido uno de los artefactos impulsores de la ciencia más grandes que han existido, el cual ha prestado históricamente, y en su versión más irreal e inverosímil, los avances científicos y tecnológicos actuales, de conocimiento público y de verdades secretas.
Desde su nacimiento casi al término del siglo XIX, cuando la proyección de La llegada del tren (1896) fue tan impactante que, se dice, los espectadores salieron corriendo al creer que éste iba a arrollarlos, el cine se ha apropiado de todos los avances a su alrededor y ha logrado representarlos, convirtiéndose en un canal para llevar la tecnología a la gente y, a su vez, replicarla en un sinfín de imaginarios posibles; desde el primer Viaje a la Luna hasta una Metrópolis completa (1927).
Hablábamos sobre la inteligencia artificial y cómo su creciente popularidad era un lance que suponía una amenaza al cine y sus historias; la amenaza de perder una cualidad intrínsecamente humana de contar y ser contados. Sin embargo, en esta cruzada por defender las maneras análogas de narrar y presentar una imagen, es importante también entender al cine como un instrumento que fue, y continúa siendo, una nueva tecnología. ¿No es esa la oportunidad idónea para demostrar su resiliencia? Hoy más que nunca, la adaptación al cambio es un acto de resistencia que demandan las artes.
Sin embargo, en el imaginario que hemos propuesto durante siglos, fundirnos con máquinas parece ser tan sólo una de las salidas. Mientras el sentido humano sobreviva, la palabra persistirá, y la ciencia estará ahí para acompañarla en todo momento. Afortunadamente, el cine tiene la capacidad de adentrarnos en ella, de entretenernos, engañarnos con mundos fantásticos, y a su vez, ayudar a la comunidad científica en la divulgación de aciertos y descubrimientos, presentándolos como una realidad lejana, pero presente que vive en lo más profundo del inconsciente y las ilusiones.
El cine siempre ha logrado satisfacer lo que la ciencia siempre ha despertado mediante la curiosidad y el interés por lo desconocido, y es gracias al cine que podemos mantener latente la necesidad de alimentar la curiosidad, por medio de ese instinto humano que despierta con las películas.
En un exorbitante intento por entender la realidad que nos rodea, tanto la ciencia como el cine lanzan preguntas y proponen escenarios que, con la ayuda del otro, intentan poco a poco hilar y comprender. Asimismo, son ambas vertientes que exigen una constante evolución, un profundo entendimiento y una labor de retrospección y reinvención.
En palabras de Jean-Luc Godard, “el cine es el fraude más bonito del mundo”, pero sigue y seguirá siendo un arte tan técnico como artesanal; tan fantástico como científico.