Ya hace tiempo que el planeta empezó a mandarnos señales de humo, señales que en los últimos años se han convertido más en gritos de auxilio ante una especie que parece estar esperando al último minuto para entonces despertar.

Ajenos, hemos continuado con los ojos cerrados; hace tiempo que sólo nos comunicamos a través del consumo. Tiene un rato que me pregunto, como cineasta y CEO de un estudio de cine, Talipot Studio, ¿qué hacer desde esta trinchera?

En estos momentos la pandemia de Covid 19 -primer síntoma de una catarsis ecológica mucho mayor- acapara nuestras vidas y el sector del entretenimiento hace de chaleco antibalas. ¿Es suficiente ayudar a que la gente ponga la mente en blanco? Aunque sus beneficios son irrenunciables, tal vez lo que debemos preguntarnos quiénes hoy tenemos la fortuna y responsabilidad de contar historias al mundo es qué tipo de mensajes estamos compartiendo a los espectadores en estos tiempos de turbulencia.

Algunos mencionarán que el cine de catástrofes ha funcionado como una buena advertencia de lo que nos puede pasar si no cambiamos. No obstante, como transformador de conciencias, se me hace todavía endeble. Aunque son entretenidísimas películas de alerta, por nuestra propia naturaleza se quedan en toques de atención sobre un corcho que hace tiempo que quedó incrustado en nuestros oídos.

Y es que, si no vamos a la raíz de nuestra propia transformación interna, hasta los más apabullantes escenarios de un posible futuro infernal pasarán desapercibidos por los engaños de nuestra mente, que se defiende y se defenderá hasta que un tsunami toque a nuestra puerta.

¿Pudiese ser que llegó el momento de pasar de aviso a mostrar imaginarios que proyecten alternativas más conscientes? Entiendo que en el día a día a todos nos cuesta mucho imaginar un modelo distinto de sociedad. Es una tarea endiablada, engullida por nuestro estricto presente. Pero, ¿y si, precisamente, esa fuera la función del cine en toda esta crisis?

Los que hacemos cine imaginamos y retratamos realidades, muchas veces apegadas al estado del planeta, pero otras muchas somos capaces de proyectar mundos completamente irreconocibles, propositivos, mundos que apelan a las verdades universales. Utopías de un mundo mejor.

¿Será que generar un cambio depende más de contar historias desde el corazón, y dejar de lado las recetas aleccionadoras del ego? ¿Y si para transformar consciencias, para alcanzar un mundo en el que venzamos al cambio climático, hiciera falta mostrarle a la sociedad que ese otro universo espiritual del que desde hace tiempo nos hemos ido desprendiendo como colectivo es la compuerta que nos permitirá reconectar con nosotros mismos y, por ende, con los demás y así replantear nuestra relación con la Tierra?

La expresión artística en cualquiera de sus formas es sin duda nuestro legado más noble como especie. La posibilidad de hacer catarsis, de tomar inclusive la experiencia más dolorosa y convertirla en un mensaje constructivo, la posibilidad de romper los ciclos de violencia. El día de hoy, si hay un ente transformador capaz de influir en los pensamientos, de mostrar posibilidades de lo que la experiencia humana puede ser, es el cine.

Saber cómo hacerlo exactamente es muy complejo, puesto que el poder de empatizar con otros apela a un lenguaje no tangible, el lenguaje de las emociones, del alma. No obstante, hay algo que parece claro: no sólo es la denuncia lo que cambia comportamientos. Es la proposición, la seducción, la imaginación, la reflexión. ¿Será que, después de más de un siglo de existir, le ha llegado la hora al cine? ¿La hora de convertirse en un vehículo de cambio masivo que nos permita reencontrarnos desde la conciencia, dejando de lado por primera vez en mucho tiempo los controles propios del ego y del sistema? ¿Será que el contar historias nos permita aprender de la simulación y reinventarnos como humanidad? ¿Será que el contar historias nos salve de contarnos la última?

*Directora general de Talipot Studio.

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