Redacción

Entender el voto de castigo

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13/06/2024 |01:51

Por José Manuel Urquijo

El Diccionario Electoral del Instituto Nacional de Estudios Políticos (INEP) define el voto de castigo como la decisión de los electores que votan fundamentalmente para mostrar su desagrado con la situación presente. Es decir, la evaluación de la actividad gubernamental por ejemplo, hace que el elector determine el sentido de su voto.

Durante la campaña que recién concluyó con el apabullante triunfo de Morena y Claudia Sheinbaum Pardo, su adversaria Xóchitl Gálvez afirmó categórica: “habrá voto de castigo”, considerando que los principales problemas del país no fueron resueltos por la administración de Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, lo que no esperaba la candidata de la alianza PAN - PRI y PRD es que el voto de castigo que los mexicanos hicieron en 2018 se mantuviera vivo, seis años después, hacia los partidos que la postularon.

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Generalmente, el voto de castigo se produce cuando hay un caldo de cultivo con escándalos de corrupción, pobreza, malos servicios públicos, inseguridad o inflación, y si aderezamos lo anterior con frivolidades, excesos y cinismo por parte del gobierno en turno, la decisión del elector apela al sentido común: castigar y sacar; así votaron los mexicanos en la elección del 2000 cuando llegó Vicente Fox, y así volvieron a votar en 2018 para castigar los excesos y escándalos de corrupción que marcaron el sexenio de Enrique Peña Nieto.

Para el pasado 2 de junio, políticos como Marko Cortes o Enrique de la Madrid hicieron un llamado al electorado para “castigar” al Gobierno de López Obrador, argumentando falta de resultados en áreas sensibles como la salud o la seguridad pública. Sin embargo, tanto AMLO como Sheinbaum se encargaron de que en la boleta electoral no estuvieran únicamente los nombres de las candidatas, sino también en términos simbólicos, estuvieran los atributos y valores que representan los partidos para los votantes.

El PAN y el PRI pedían voto de castigo para el Gobierno de López Obrador, que hoy cuenta con 66% de aprobación según el último registro de Oráculus; pedían voto de castigo para un Gobierno que implementó la agenda laboral más grande de la que se tenga registro en los últimos 20 años, con el aumento al doble del salario mínimo, la regulación del outsorcing o el mejoramiento de los salarios, mientras durante décadas el PAN y el PRI les dijo que no se podía porque aumentaría la inflación y sería un desastre económico.

Pensemos con sentido común: ¿cómo los mexicanos querrían castigar a un gobierno que sacó de la pobreza a 5.1 millones de personas y dinamizó la economía de las colonias populares, con las transferencias directas que beneficiaron a más de 25 millones de familias durante los últimos 5 años? Era imposible que esos 25 millones castigaran al proyecto que les garantizó un ingreso extra que en muchos casos representa la mitad del ingreso familiar.

El termómetro de la campaña opositora no estaba bien calibrado. A pesar de que tomaron como relato de campaña la crisis de violencia e inseguridad que vive el país, y que todas las encuestas públicas señalan como el principal problema, los votantes decidieron refrendar su voto de confianza al proyecto de Gobierno que, para los electores, ha cumplido su principal promesa de campaña que fue “por el bien de todos, primero los pobres”.

La campaña de Xóchitl Gálvez tenía el reto de vencer el rechazo que tienen los partidos políticos que la abanderaron, y poner su figura y su historia por encima de la imagen de los partidos. Sin embargo, la mala reputación y la falta de credibilidad que han construido el PAN y el PRI, producto de escándalos de todo tipo, fueron una loza mucho más pesada que el relato inspirador que intentó imponer Gálvez en estos meses.

Las campañas electorales se construyen con base en el humor social de los electores, se identifican sus principales problemáticas percibidas, se entienden sus miedos, se explotan ciertos prejuicios y se aprovechan sus filias y fobias. Con estudios de opinión pública cuantitativos, cualitativos, sociológicos y antropológicos, se va construyendo un relato del país donde hay un gran conflicto, una amenaza, y donde cada personaje público tiene un rol en la mente de los electores.

En el caso de la elección mexicana el relato que se impuso fue donde el gran conflicto que envolvió la telenovela de la elección era el regreso al pasado, y donde la amenaza fue que regresaran quienes no querían que hubiera programas sociales con transferencias directas. Como lo explicó magistralmente Denise Maerker, mientras Morena pedía a los electores que defendieran el proyecto que les fio beneficios económicos tangibles, la oposición pedía la defensa de la democracia y las instituciones autónomas, que para fines prácticos y de su percepción, nunca le han servido a los votantes.

Al final, siempre ganan las campañas que logran imponer su relato porque la narrativa es creíble y tiene los elementos bien identificados. Por eso el llamado al voto de castigo que hicieron desde la oposición, no funcionó como esperaban, y por el contrario, tuvo un efecto búmeran para el PRI, PAN y PRD.

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Sobre el autor:

José Manuel Urquijo es fundador de la agencia Sentido Común Latinoamérica. Estudió una Maestría en Comunicación Política y Gobernanza Estratégica en la George Washington University, y ha trabajado como consultor de campañas en comunicación estratégica y asuntos públicos en México, Panamá, Ecuador, El Salvador, República Dominicana y Honduras.

@JoseUrquijoR