Por Mariana De Lucio

Decía Hannah Arendt que las personas más fiables serán aquellas que pase lo que pase, saben con certeza una sola cosa: que hay que convivir explícitamente con una misma. No creo que todas las personas encuentren paz en ese valioso momento, el de ir a la cama y mediante ese íntimo monólogo cuya única voz participante es la de la mente, encuentre que no traicionó sus principios, que puede vivir con una misma sin persecución alguna de su conciencia.

Hay un enemigo que, con escepticismo, considero común en México: la injusticia. Y digo que con escepticismo porque hemos presenciado quien se hace valer de él para alinearlo en beneficio propio. Sin duda, hay una sed legítima de justicia en un país que ha sido azotado por la violencia, la impunidad, corrupción y una insoportable violación a Derechos Humanos, aunque haya quien tenga otros datos.

Entiendo la crítica a la complejidad del Poder Judicial de la Federación (PJF): es engorrosa su organización, difícil el entendimiento de su funcionalidad y sus tareas en ocasiones pecan de técnicas. Es comprensible que la ciudadanía en general sienta lejana su labor y poco conozca el impacto que diario tiene en nuestras vidas. Pero, quien sabiendo perfectamente el valor de la independencia judicial, su papel crucial para mantener el equilibrio y la división de poderes, su aportación a la protección de los derechos humanos, su rol en la custodia de la Constitución, la democracia y el Estado de Derecho, ha decidido manipular los datos y desinformar a la ciudadanía, deberá tener todo el peso de su conciencia porque saben con toda claridad lo que están haciéndole al país. Desconfío de ellos, siguieron a Groucho Marx “estos son mis valores y si no te gustan, tengo otros”. Sin duda, su brújula moral está mal calibrada.

Por supuesto que hay muchísimas áreas de oportunidad para el PJF, entre ellas la elección de quienes integran la Suprema Corte de Justicia. Tanto es así, que durante el último año el ejecutivo tuvo todo el poder de elegir la última silla la cual, a falta de técnica argumentativa-jurídica, trata de compensarla con politiquería y sumisión al oficialismo. Por supuesto faltan mecanismos para la rendición de cuentas, tanto es así que dentro de las y los integrantes existe quien, con serias acusaciones de plagio, sigue sirviendo sin mayor consecuencia y con toda impunidad. Claro que habrá que revisar la temporalidad en el cargo y la manera en que son separados de éste, tanto es así que hubo quien utilizó la Corte para perseguir una carrera no política, partidista.

Y digo que dudo que la injusticia sea el enemigo común, porque parece ser que hay quien le conviene romper el sistema para beneficiarse de él. La reforma poco tiene que ver con combatir la justicia, si fuese así, ¿Por qué no se ha tocado a las fiscalías? Por supuesto, más se critica el manejo de la presidencia de la Suprema Corte quien ha defendido su independencia que la nula participación del fiscal general de la República en el sexenio. Poco se habla de políticas públicas de prevención, de fortalecer defensorías públicas, de simplificar el juicio de amparo para que sea accesible y efectivo. Quienes tenemos un panorama crítico, sabemos discernir y con clarividencia, hemos visto las luces de autocracia asomarse en una reforma que poco tiene que ver con la justicia y mucho con el debilitamiento de una institución que ha servido a su función: ser un contrapeso y guardián de la Constitución.

Resulta que la culpa la tuvo la reforma constitucional del 2011, la que permitió que los derechos humanos consagrados en tratados internacionales estuvieran a la par de la Constitución, la culpa la tiene el principio pro persona, ese que elige la norma más protectora de derechos humanos, nacional o internacional, para beneficiar al justiciable. Resulta que el profesor de Derecho Constitucional de la Facultad mejor calificada del país, entiende la Constitución a su manera y conveniencia, enaltece la mayoría cuando enseña en el aula que toda democracia, necesita contrapesos para la protección de las minorías. Resulta que el ministro más feminista del país, ese que atribuye que la descriminalización del aborto es su victoria y no la de las miles de activistas, decidió por protagonismo omitir la participación de la presidenta de la Asociación Mexicana de Juzgadoras. Resulta que el pueblo mexicano es ahora un singular y no un plural, por lo tanto, es la única voz que prevalece. ¿En una democracia?

No son ironías, son deslealtades, no con los otros, sino con uno mismo. Faltan brújulas morales, esas que te piden cuentas cada noche en el monólogo de cama. Porque es de sabios cambiar de opiniones, pero es de traidores cambiar de principios, más si es en detrimento del país. Deshonra a quien deshonra merece.

Abogada con especialidad en Derechos Humanos por la UNAM y maestrante en políticas públicas por la Universidad de Oxford.

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