El proceso de reconstrucción de la ciencia en México, que inevitablemente tendrá que ser iniciado en 2024, cuando el proceso de destrucción en curso culmine en 2023, tiene que tomar en cuenta la forma en que otros países han sido exitosos al conformar un sistema de investigación nacional.

Yo pienso que hay tres pilares de la investigación que hay que tener en cuenta y una base que los soporta. La base es una estructura fiscal adecuada al nivel de desarrollo del país y que reconozca a los estados como socios y no como receptores de dádivas federales. Esa base debería ser un pacto fiscal moderno y adecuado a las circunstancias que vive México. Sobre esa plataforma de financiamiento, los tres pilares de un sistema de investigación son:

un sistema educativo de calidad,

un sistema nacional de centros de investigación y laboratorios nacionales, y cooperación para la investigación e innovación industrial privada.

Para cualquiera que se ponga a revisar la estructura de la investigación en México, lo primero que salta a la vista es que en nuestro país no contamos con una cooperación efectiva entre la federación y los estados. El centralismo político mexicano ha llevado desde siempre a una situación en la que la mayor parte de los ingresos tributarios son recaudados por la federación, que después reasigna parte de esos ingresos a los estados como “participaciones” o como “aportaciones”. Alrededor del 83% de los ingresos estatales provienen de la federación, sólo el 12% proviene de impuestos locales y 5% representa deuda. En México el gobierno central controla el gasto de los estados y éstos tienen poca autonomía para decidir sobre la asignación de los recursos. Es una herencia del sistema político mexicano, ultra centralizado, si se compara con otros países.

Es importante tener en cuenta esta estructura tributaria porque explica muchos de los problemas que tenemos para que los tres pilares mencionados funcionen. Además, hay que mencionar que la base tributaria es muy débil. De todos los países de la OCDE, México es el que menos impuestos como porcentaje del PIB recauda: sólo el 18%, mientras que el promedio para los países de la OCDE es de 31%. Los países con un estado social vigoroso y excelentes sistemas de investigación recaudan aún más, alrededor del 40% del PIB en forma de impuestos. Así que la base fiscal es de por sí endeble y después no integra a los estados como copartícipes, sino como agradecidos receptores de dinero del gobierno central. En Alemania Federal, como contraejemplo, los impuestos son recaudados a nivel local, por cada Estado, que después le transfiere su participación a la federación (es decir, los impuestos fluyen de abajo hacia arriba). De los impuestos, el 44% se queda en los estados, el 39% se va la federación y el 16% se queda en los municipios. Los estados pueden así ocuparse por sí mismos de muchas cosas, sin tener que solicitar dinero federal. Además, los municipios tienen fondos para mantener en buen estado a la infraestructura local.

Una de las cosas que los estados financian, en Alemania y en muchos otros países, como Canadá, es la educación de sus niños y jóvenes. Las escuelas se pagan con los ingresos estatales y municipales y cada Estado tiene su propia secretaría de educación con suficiente autonomía como para acometer nuevos proyectos y experimentar con formas modernas de educación. Los estados compiten entre sí, tratando de tener las mejores escuelas e ideando las mejores formas de educar a sus alumnos. La descentralización educativa se adoptó en Alemania para nunca más vivir una situación en la que los contenidos educativos pudieran ser controlados por un gobierno central dictatorial. En particular, no existen universidades federales sino solamente universidades estatales de gran calidad. La universidad con el mayor número de alumnos no llega a los 35 mil estudiantes matriculados. En México, por el contrario, la centralización financiera, política y educativa ha llevado a que tengamos universidades federales fuertes, pero también gigantescas, mientras que, con pocas excepciones, las universidades estatales son muy débiles. Un sistema que alberga dos macro universidades, como la UNAM y el IPN, con sucursales ya casi por todo el país, en lugar de universidades estatales fuertes, es una peculiaridad del sistema educativo mexicano, comparando con el resto del mundo, que se explica por la tradicional centralización política y financiera del país.

El sistema educativo tiene una importancia central para poder erigir sobre esa base un sistema de investigación. Pero la situación actual es muy preocupante. En todos los exámenes internacionales en los que México participa para evaluar la calidad de su educación básica, el país siempre ocupa algún lugar no muy bueno. En la prueba PISA, que evalúa la educación básica, México ocupa el lugar 62 en matemáticas, el lugar 58 en ciencias y el lugar 54 en lectura. Sin embargo, México es la economía número 15 en el mundo, por su tamaño, y en cuanto a población es el país número diez. Siendo la economía número 15 se esperaría que el país invirtiera lo suficiente en educación y que los resultados nos posicionaran más arriba en los rankings.

El segundo pilar de un sistema de investigación fuerte son centros especializados para realizarla, distribuidos por todo el país y financiados de manera conjunta por la federación y los estados. En México, los llamados Centros Públicos de Investigación, financiados a través de Conacyt, así como el Cinvestav y los institutos de investigación de la UNAM han jugado ese papel. No es suficiente, dado el tamaño del país y de la economía mexicana. Habría que pensar en un sistema mejor estructurado y con financiamiento diversificado, no sólo federal. En países europeos y en Estados Unidos existe una plétora de centros de investigación financiados a nivel federal, a nivel estatal y por la industria. La fórmula utilizada por los Institutos Max Planck muestra de qué manera funciona esto en Alemania. Cuando la Sociedad Max Planck quiere fundar un nuevo centro, se “subasta” entre los estados. La federación aporta el 50% del financiamiento inicial y futuro, y el estado donde se instalará el centro, el otro 50%. Además, los estados compiten entre sí y no pueden acumular un número de centros excesivo. En México, los centros Conacyt tienen sobre todo financiamiento federal y la aportación estatal se reduce generalmente a un financiamiento de arranque, por ejemplo, para edificar las instalaciones.

El tercer pilar de la investigación científica en todos los países desarrollados, son los centros industriales de investigación. En Europa cerca del 70% de la investigación científica es realizada por la industria, por compañías como Volkswagen o Siemens, o por la potente industria farmacéutica suiza y francesa. En México la participación privada en la investigación es mínima. La mayor parte de las compañías transnacionales manufacturan en México, pero no establecen centros de investigación, más que con contadas excepciones.

Debemos entender que la investigación científica no surge de la nada, de un día para el otro. Es un ecosistema que involucra los tres pilares mencionados. Sólo con buenas escuelas a todos los niveles se puede aspirar a jugar un papel en la investigación. Sólo con centros de investigación potentes, establecidos conjuntamente entre los estados y la federación, se logrará avanzar para dedicar el 1% del PIB, o más, en la investigación. Sólo con permeabilidad entre las universidades y la industria se podrá lograr que el “milagro coreano” se pudiera transformar en un “milagro mexicano”. Y sólo con un pacto federal equitativo se les podrá proporcionar una base sólida a los pilares de la investigación. Por eso, todo esto no es algo que se pueda lograr en un sexenio, es necesariamente un esfuerzo transexenal en el que todos los partidos representados en las Cámaras y en los parlamentos locales deben aunar voluntades.

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