Con el anuncio de una reforma electoral , a ser enviada por el presidente a las Cámaras a mediados de abril, es decir, exactamente después de la votación por la “revocación de mandato”, queda claro cuál es el objetivo de aquella: presumir un gran apoyo popular para poder desaparecer al INE que conocemos de una vez por todas. No sólo eso: se propone que ya no haya diputados plurinominales, de representación proporcional , con lo que regresaríamos a la época del “carro completo” del PRI. Además, el INE pasará a estar controlado por “representantes populares”, electos directamente por la ciudadanía en el mismo tipo de elecciones que hay para las Cámaras.
Con esta contrarreforma electoral puede suceder lo siguiente: el partido con el mayor bloque de votos, por ejemplo, Morena con 33% o 40% de estos, puede copar casi toda la cámara de diputados, también la de senadores y además al árbitro electoral. Para eso basta que la oposición siga fragmentada y desorganizada. Ya con el control del árbitro regresamos a la época dorada del PRI, que tenía el control completo de todo.
Para los que no vivieron esa época, así es como era en 1972: había 60 senadores del PRI, 178 diputados también del PRI y cero de mayoría relativa de los otros partidos. Solo se le asignaron 20, 10 y 5 “diputados de partido” al PAN, PPS y PARM, respectivamente, para que hubiera una oposición minúscula en las Cámaras. Había que simular un poco el juego democrático. Claro que todos los gobernadores eran del PRI. Con la reforma política de los setenta se crearon los diputados plurinominales, cien de los 400 que entonces componían la Cámara de diputados. En 1982 el PRI ya “sólo” tenía 299 diputados de mayoría y el resto de los partidos tenían los 100 plurinominales, más uno de mayoría.
Por eso la contrarreforma política que se propone ahora nos quiere regresar, no a 1982 (40 años atrás), sino a 1976 (casi medio siglo atrás). Hay que recordar que la creación de los diputados plurinominales fue un resultado de las luchas populares y los incesantes reclamos por democracia en la década de los sesenta y setenta. No fue una dádiva del PRI: se ganó en las calles.
Volver a “federalizar” el INE, como ahora eufemísticamente se propone, para que ya no sea un organismo independiente, con un autogobierno de expertos, nos pretende devolver a elecciones como las de 1988, cuando Manuel Bartlett, entonces secretario de Gobernación, mandó tirar al sistema cuando comenzaron a percibir en el conteo de votos que Cuauhtémoc Cárdenas le podría ganar la votación a Carlos Salinas de Gortari. Sí, el mismísimo Bartlett que en la Cámara de Diputados acusó al PAN de la caída del sistema y que hoy está al frente de la contrarreforma eléctrica.
Se dice, con dedo flamígero, que el INE es el sistema electoral “más caro del mundo”. Eso es pura y llanamente falso, es pura demagogia, la gran mentira. Se oculta que el INE cumple una doble función como garante de las tarjetas de identidad en México y como organizador de las elecciones . El presupuesto de los partidos lo controla el INE, pero no lo ejerce él mismo. En muchos países las tarjetas de identidad las emiten los gobiernos estatales o el gobierno federal, y eso cuesta, pero no se incluye en el costo de las elecciones. En México existe el INE porque ¿quién confía en el gobierno? ¿Y quién confía en que los mismos políticos, ya en el poder, van a garantizar la limpieza de las elecciones? Ya se probó eso en México. Con el PRI, hasta que se logró arrebatarles el control de las elecciones.
El INE es la “joya de la corona” a la que aspira Morena. Ya desmantelaron muchos otros organismos independientes, ya desaparecieron los fideicomisos dedicados a la ciencia, desaparecieron las guarderías, aniquilaron el Seguro Popular y lo convirtieron en una parodia del sector salud en Dinamarca, ya están destruyendo la selva tropical para darle su anhelado tren al presidente, a los libros de texto gratuito los quieren reescribir para “politizar” a los niños, distribuyen dinero de manera clientelista, no para crear ciudadanos con derechos sino siervos electorales de camisa guinda. La gestión de la epidemia es un fracaso monumental, han muerto más de 700 mil personas, pero en la fantasía de Morena “México le está dando un ejemplo al mundo”.
La destrucción del INE es la línea roja que este gobierno no debe infringir. No se debe permitir que de un plumazo se anulen las conquistas democráticas que tanto esfuerzo e incluso sangre han costado. Hay que ponerle un alto a la contrarrevolución que se propone, la que nos devolvería a aquellos años de elecciones de Estado en los que la autoridad electoral se encargaba de corregir los “errores del pueblo”, como alguna vez dijo un conocido priista.