Para que la ciencia avance en nuestro país, no hay que esperar que todas las iniciativas vengan del Estado. La población debe y puede participar en proyectos sugeridos por algunos visionarios, pero en los que puede colaborar casi cualquier voluntario.
Un ejemplo muy interesante son las redes de monitoreo ambiental. Existen sensores en las ciudades que miden el grado de contaminación por micropartículas, el ozono y el CO2 en la atmósfera, así como la temperatura y humedad. Pero si estos sensores son instalados y mantenidos por el gobierno local, generalmente se trata de pocas instalaciones y no alcanzan para cubrir densamente una cierta región. Por eso desde hace algunos años creció mucho el interés por instalar en los hogares sensores de bajo costo conectados a una “nube” computacional, la que presenta los resultados de manera gráfica. Se puede checar cual es la calidad del aire y si acaso una nube de polución esta avanzando hacia la ciudad. En California, con los múltiples incendios forestales que han sufrido en los últimos años, la venta de esos sensores ha crecido mucho. Los cientos de sensores instalados por ciudadanos, que los conectan por WiFi a Internet, permiten monitorear en tiempo real el estado de la polución atmosférica, lo que puede influir sobre las actividades diarias. Durante épocas de alta polución la Universidad de Stanford, por ejemplo, ha decidido cerrar el campus en algunas ocasiones. ¿Cuál es el costo de esos sistemas? Dependiendo del número de sensores, el precio puede oscilar entre 100 y 300 dólares, lo cual representa una inversión modesta para una familia norteamericana.
Otro ejemplo de ciencia ciudadana son los muestreos de animales y plantas que se hacen regularmente en algunos países. Existe una gran preocupación por la desaparición de algunas especies de insectos (por los pesticidas o por el cambio climático) y la mejor manera de evaluar el problema es realizando censos periódicos. Lo que se hace es diseñar alguna aplicación para teléfonos celulares con la que los participantes en el censo puedan registrar el número de insectos que encuentran durante un día, los pueden además fotografiar y, si la aplicación lo permite, la identificación de la especie se puede hacer automáticamente. Lo mismo se ha hecho para organizar censos de aves, para tener así una idea de las poblaciones de las diferentes especies y su evolución a lo largo del tiempo.
Un ejemplo notable de una iniciativa de ciencia ciudadana es la llamada Noche de las Estrellas que se realiza en México desde 2009. El evento de divulgación de la ciencia, que aparentemente es el de mayor relevancia en Iberoamérica, fue inspirado por un evento similar en Francia. Cada año participan cerca de 8 mil voluntarios que tutelan al público. Hasta ahora ha participado un millón y medio de mexicanos en la Noche de las Estrellas. Lo importante de este ejemplo, además, es que no se trata de astrónomos profesionales que imparten clases, sino de astrónomos ciudadanos que contribuyen montando sus telescopios y explicándole a sus pares ciudadanos, desde la operación del telescopio, hasta el proyecto particular que se aborda en cada edición del evento. Durante 2022 hubo 90 sedes por todo el país.
En Estados Unidos la NASA mantiene un portal de ciencia ciudadana. Con la gran cantidad de datos que son capturados por satélites y sondas, vivimos en la era del Big Data del espacio. Por ejemplo, para descubrir planetas en otros sistemas solares, se puede analizar la luminosidad de una estrella y si esta fluctúa de manera periódica, esto se podría deber a que un planeta se interpone entre el telescopio y la estrella, al estar rotando alrededor de ella. El problema es que hay millones de estrellas por analizar. Los voluntarios pueden entonces utilizar el programa proporcionado por la NASA, eligen de la base de datos alguna estrella que aún no ha sido procesada y evalúan los datos. Ocasionalmente descubren un exoplaneta y lo pueden reportar a la NASA.
Otro ejemplo de ciencia ciudadana es el mapa de conexiones cerebrales que la Universidad de Princeton ha estado elaborando desde hace años. Se trata de describir las interconexiones entre neuronas en el cerebro. Los humanos somos muy buenos para examinar imágenes de cortes cerebrales, descubrir neuronas e identificar sus contactos con otras neuronas. Los programas de procesamiento de imágenes no pueden competir aún en ese campo con voluntarios, así que se les recluta y todos ellos colaboran para mapear una cierta región del cerebro y obtener lo que se llama su “conectoma”. Los voluntarios hacen algo útil y además aprenden neurociencias.
En México tenemos algunos ejemplos notables de ciencia ciudadana. La CONABIO lista tres en su portal: un censo de aves conectado a un censo internacional operado por la Universidad de Cornell, NaturaLista, que es un registro fotográfico de especies, las que son identificadas por la red de participantes (echándole montón), y un registro de especímenes en colecciones de insectos o animales en México. Desgraciadamente, la asfixia presupuestal de la CONABIO ha conducido a que las plataformas no estén actualizadas.
Un ejemplo de ciencia ciudadana en el que estoy directamente involucrado consistiría en explorar de manera más precisa la contaminación ambiental producida por el volcán Popocatépetl en el valle de Puebla. Es evidente, dada la capa de polvo que todos los días se deposita en los hogares y automóviles de las zonas circundantes, que la polución por micropartículas en el aire es significativa. Un análisis de laboratorio de las cenizas del Popocatépetl encontró partículas entre 0.2 y 2.5 micras de metales como hierro, cromo, cobre, magnesio, zinc, así como diversos tipos de silicato. El Popocatépetl emite además diversos compuestos de azufre, que pueden reaccionar con el agua de la lluvia para producir lluvia ácida. A pesar de todo esto, la red de monitoreo ambiental del Estado de Puebla cuenta sólo con cinco estaciones, insuficientes para toda la región. La idea entonces es adquirir los sensores necesarios en Estados Unidos, sensores que se conectan a Internet para producir un mapa de polución de toda la zona. Los sensores los importaría una universidad y los vendería a los voluntarios, para recuperar costos, y así lograr contar con una red ciudadana de monitoreo ambiental cerca del Popocatépetl. Algún arrojado científico ciudadano ya instaló el primer sensor de ese tipo en Puebla. En el portal de la compañía fabricante veo, al escribir esto, que ese sensor califica la calidad del aire como de semáforo “naranja”. A las 5AM el semáforo llegó al rojo, lo que muestra que no se trata de contaminación de micropartículas producidas por el tráfico o la industria, sino por el volcán. Yendo más allá en este proyecto de ciencia ciudadana habría que comparar las estadísticas de salud con las series de tiempo de polución.
Avanzar la ciencia en México es por eso una tarea de todos los ciudadanos. El Estado debería estimular esos esfuerzos privados. Quizás las diversas academias de ciencias, medicina e ingeniería fueran el vehículo adecuado para coordinar esos esfuerzos y también, por qué no, financiamiento semilla.