Los hechos del pasado, a no dudarlo, abren el entendimiento de lo que ocurre en el presente.

Lázaro Cárdenas del Río, con el aplastante peso político de Plutarco Elías Calles a cuestas, tomó posesión de la presidencia el primero de diciembre de 1934. Llegó a la ceremonia “vestido con un sencillo traje oscuro, lo que proscribió para siempre el jaquet y el sombrero alto de sus antecesores” (El Jefe Máximo, Ignacio Solares, 2011).    

En su discurso de investidura, Cárdenas puso en el centro de su plan de gobierno al México de los indios, los campesinos y los trabajadores mal pagados o desempleados, que contrastaba dolorosamente con el de los poderosos, el de las grandes fortunas producidas por la Revolución. Lo cerraría con esta frase: “¡He sido electo presidente de México y habré de ser presidente de México!”.

A ese primer movimiento en su ajedrez político, seguirían otros gambitos inmediatos: Dejar el despacho presidencial del Castillo de Chapultepec y habitar su casa de Wagner 50, por los rumbos de Vallejo, mientras le construían lo que en principio fue una sencilla residencia, Los Pinos; y clausurar los grandes casinos que había abierto su predecesor Abelardo Rodríguez. Fue el principio del jaque mate que infligió a Calles y su Maximato (Emilio Portes Gil 1928-1930, Pascual Ortiz Rubio 1930-1932 y Rodríguez 1932-1934), para rencauzar el proyecto de nación.

Todos esos fueron símbolos, uno de los elementos más efectivos al servicio del poder, explica el doctor Francisco Javier Jiménez Ruiz, politólogo de la UNAM y director editorial de la revista Elites y Democracia de la Fundación Estado y Sociedad. 
  
Y de símbolos ha estado plagado el primer año de gobierno de Andrés Manuel López Obrador: mudarse de Los Pinos, suprimir el Estado Mayor, poner a la venta el avión presidencial, cancelar el aeropuerto de Texcoco, reducir los desorbitantes sueldos de la alta burocracia, aumentar salarios mínimos, perseguir a los corruptos, transferir fondos millonarios a los programas sociales. Símbolos concentrados en uno principalísimo: la cuarta transformación, propuesta como el gran cambio secuela de la Independencia, la Reforma y la Revolución.
  
El consenso entre politólogos es que el manejo habilidoso de los símbolos precede los grandes cambios. Para eso necesita de la propaganda. “Una buena propaganda toca las fibras más sensibles de una sociedad, conecta al pueblo con sus gobernantes y otorga las tasas más elevadas de legitimidad al grupo instaurado en el poder”, acota el doctor Jiménez Ruiz.
  
Acaso por los símbolos y la forma de comunicarlos, es que AMLO llega a su primer informe de gobierno con una altísima aprobación de 69% de acuerdo con la más reciente encuesta de EL UNIVERSAL en la que también se establece que 60% cree que el país mejorará en el resto del sexenio, contra 21% que considera que todo seguirá igual y 13% que piensa que empeorará.
  
Pero no sólo de símbolos vive el hombre. La inseguridad crece y la economía se estanca. Son dos graves problemas que, de no solucionarse, harán naufragar las pretensiones transformadoras. Sí, hay un cambio innegable en la forma de ejercer el poder, ostensiblemente en la relación entre el poder político y el del dinero. Pero ¿es eso el pretendido cambio de régimen? No formalmente, puesto que no hay un nuevo arreglo constitucional (Leopoldo Gómez, columna Tercer Grado, Milenio). Reformar la Constitución o hacer una nueva lo ha dejado AMLO para la segunda parte de su gobierno.
  
Cabe preguntar: ¿nos encaminamos a una nueva etapa de partido hegemónico? Si revisamos los números de las elecciones del primero de julio del año pasado, veremos la amplia diferencia que hay entre los votos obtenidos por Morena en las legislativas (44.49%) y por AMLO en la presidencial (53.19%). Que todo el peso recaiga en el presidente es la principal debilidad de Morena, hoy fuerza política dominante, no partido hegemónico.
  
La oposición lo sabe y por eso hace y hará todo lo que esté a su alcance para debilitar y desprestigiar a AMLO mientras superan la catástrofe electoral de 2018 y construyen un proyecto alternativo. El PAN es la segunda fuerza, pero sin poder erigirse aun en el interlocutor legítimo. El PRI hace malabares para frenar su declive político total. Y el PRD, desarticulado y con un futuro oscuro, trata de reinventarse en nuevas formaciones.

Instantáneas:

1. RITUALES. Para que los símbolos se consoliden en política, se requiere de los rituales. Uno ha sido, y seguirá siendo, la celebración del triunfo electoral del primero de julio. Otros ya los veremos el domingo por la mañana en el mensaje de AMLO con motivo de su primer informe de gobierno en Palacio Nacional o en el Zócalo. El documento lo entregará al Congreso, a las cinco de la tarde, la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero. Otros rituales los veremos el 15 de septiembre, en la ceremonia del “Grito” y al día siguiente con un nuevo formato en el desfile militar conmemorativo de la Independencia.

2. BOLAS. A las fracciones parlamentarias de Morena ya se les hizo bolas el engrudo en la elección de las mesas directivas de la Cámara de Diputados y el Senado. La Comisión Nacional de Honestidad y Justicia de Morena invalidó ayer la elección de Mónica Fernández Balboa para presidir la mesa directiva del Senado, donde deberá reponerse el proceso. Aunque Ricardo Monreal demostró que 44 senadoras y senadores ratificaron a Fernández Balboa, no le dieron mayor espacio para exponer su punto de vista. El proceso tenía un plazo de cinco días, pero se realizó en dos, mediante una maniobra fast track. Mañana, entre tanto, la Cámara de Diputados deberá elegir a quien encabece la suya. Porfirio Muñoz Ledo sigue más que puesto para la reelección pese a la obligación reglamentaria de que sea la segunda fuerza política, en este caso el PAN, la que encabece. Como parece poco probable que se resuelva mañana, la actual mesa directiva continuará hasta el 5 de septiembre. En ese lapso deberán procesarse dos maniobras morenistas: eliminar la obligación de rotar, según iniciativa presentada por Dolores Padierna o transferir diputados de Morena al PT para hacer de este la segunda fuerza política y alzarse con la directiva.

3. ENCUESTA. Luego de amenazar con renunciar a Morena si el partido-movimiento traiciona sus ideales, AMLO se reunió ayer con sus fracciones parlamentarias. Ahí propuso, y se aceptó, que la designación del nuevo dirigente nacional sea por encuesta. También aceptó que la fecha para revocación de mandato se mueva al 20 de noviembre de 2021, posterior a las elecciones federales.


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