Uno de los grandes misterios de la transición democrática mexicana es porqué a tan pocos pareció importarles la vida interna de los partidos políticos. Era más fácil poner de moda formulismos baratos como “Vota independiente”, “anula tu voto”, o aplicar lugares comunes al estilo del mote “partidocracia” y denostarlos en serie como si fueran los villanos de la película. Pocos quisieron comprender que los partidos políticos son los protagonistas institucionales de toda democracia. Donde los partidos son débiles, surgen los caudillos y las dictaduras. En consecuencia, a nadie le interesaron los limitados derechos de los militantes de estas organizaciones. Se repitió una y otra vez la ley de hierro de las oligarquías, como si el mundo fuera exactamente igual 100 años después de lo que escribió Robert Michels.

Como cada legislatura, vuelven a leerse las mismas quejas en la prensa mexicana. Las bancadas de los partidos son intelectualmente indigentes, nadie sabe con qué criterios se eligieron las listas de plurinominales, las dirigencias partidarias se sirvieron a placer con candidaturas para ellos y sus aduladores, etcétera. Los empresarios furiosos de que no lograron imponer más candidatos afines a sus intereses en las filas de los partidos. Nada nuevo, pero entonces ¿por qué nadie se atreve a proponer más poder para los militantes de los partidos? Parece que la respuesta evidente a estos problemas sería la puesta en marcha de elecciones primarias en las que la militancia de cada partido tuviera mayor capacidad de incidir sobre la designación de candidaturas. Estos procesos, abiertos al escrutinio público, definitivamente democratizarían la vida interna de los partidos políticos, y por extensión la vida pública mexicana. Históricamente, el único partido con elecciones primarias genuinas fue el PAN, pero incluso éste ha renunciado a esa práctica. El PRI, el PRD y ahora Morena solamente han podido establecer simulaciones más o menos costosas y más o menos fraudulentas de elecciones internas. Unos y otros desechan la idea de elecciones primarias bajo el argumento de que son muy caras. Siempre sofisticados en su planteamiento, los dirigentes partidistas de todas las fuerzas políticas alegan que no hay democracia interna porque sale más barato el autoritarismo.

En el pasado, Morena dijo haber seleccionado candidatos por el mecanismo de tómbolas y encuestas, pero es sabido que la candidatura presidencial de 2024 será resultado del siempre antidemocrático dedazo. Ahora ya empezaron las patadas debajo de la mesa en el gabinete y más allá para quedarse con la candidatura presidencial en 2024. Las provincianas y mexicanísimas intrigas dentro del grupo gobernante para golpear al compañero de equipo con filtraciones periodísticas y otras bajezas. En cambio, si hubiera una competencia pública y abierta, dando a su militancia el derecho a elegir la candidatura de 2024, se reduciría el daño interno en el gobierno. No obstante, eso limitaría la necesidad de los competidores de adular vulgarmente al presidente, que como todos los anteriores, se siente soñado viendo cómo sus colaboradores se pelean por quedar bien con él. “No somos iguales” ¿o cómo era?

Considere las llamadas “oposiciones.” Pregúntese cuántos de sus dirigentes merecen conservar la posición de liderazgo en sus respectivos partidos a la luz de sus resultados en la elección pasada. Sus militantes no tienen ningún recurso para premiar o castigar a los dirigentes ni a escala federal ni local. Tampoco tendrán voz en la designación de las candidaturas en la próxima elección. Tecnócratas o populistas, para efectos de la vida de los partidos políticos da lo mismo, ninguno cree en la democracia interna. Ambos desprecian a su militancia. Por eso es pertinente la pregunta ¿Y si hubiera elecciones primarias?

Analista. 
Twitter: @avila_raudel

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