La semana pasada el Instituto Nacional Electoral celebró el Foro Global sobre la Democracia con la participación de más de 30 expertos de distintas universidades y organismos internacionales procedentes de todas las regiones del mundo. Un evento de calidad excepcional, aunque dominado por abogados, sociólogos y politólogos. No es extraño entonces que la mayor parte de las intervenciones se concentraran en los factores internos para explicar los retrocesos democráticos contemporáneos. Faltó la valoración de las relaciones internacionales para entender que la crisis democrática de nuestro tiempo hunde sus raíces en cuestiones estructurales del orden mundial.
A fines del año pasado, el prestigiado académico Gilbert John Ikenberry publicó el libro A World Safe For Democracy. Ikenberry, profesor de la Universidad de Princeton y reconocido en los círculos académicos por haber acuñado el concepto de “orden liberal internacional”, describe en su libro más reciente las interacciones entre el sistema internacional y la sobrevivencia, ampliación o extinción de la democracia. Cuando el 2 de abril de 1917 el presidente Woodrow Wilson se dirigió al Congreso estadounidense para declarar la guerra contra Alemania, se refirió a la necesidad de construir “un mundo seguro para la democracia.” No fue una expresión retórica. Como todo sistema político, la democracia no puede florecer en el vacío internacional, requiere un ecosistema favorable donde existan otras democracias con las cuales interactuar. Si la mayor parte de los estados-nación adoptan un sistema político democrático, es más probable que la democracia pueda subsistir en un país en particular, pues su entorno favorecerá la cooperación y el resto de sus valores. Si, por el contrario, se registra un avance en el número de países gobernados por el autoritarismo a escala planetaria, se producirá muy probablemente un efecto de contagio e incluso asfixia sobre las escasas democracias sobrevivientes. Así sucedió en la Primera Guerra Mundial y desde luego en la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, cuando la amenaza del totalitarismo puso en peligro la sobrevivencia de las democracias occidentales.
Cuando el presidente Franklin Delano Roosevelt se refirió a Estados Unidos como el “arsenal de la democracia” no se trató de una expresión figurativa. Las democracias precisan armas y combatientes dispuestos a defenderlas, pues la amenaza del despotismo está siempre presente. Los tiranos buscarán siempre el derrocamiento de las democracias, así como la exportación de sus propios modelos opresores, pues en tanto ejemplos de libertad, las democracias liberales los hacen quedar mal frente a sus poblaciones oprimidas. El avance militar en su momento de la Unión Soviética (hoy de Rusia o China ), no es un simple desplazamiento de una potencia hegemónica por otra, sino que se trata de una modificación estructural del sistema internacional vigente y sus valores. Todo lo anterior está explicado a detalle en la obra de Ikenberry. Es así que los políticos autoritarios y con aspiraciones dictatoriales del mundo atacarán siempre las instituciones internacionales fundamentadas en el liberalismo; llámese ONU , Unión Europea, OCDE o acuerdos comerciales regionales, pues constituyen el sostén internacional de la democracia liberal. Éstas fomentan la cooperación y el escrutinio de la opinión pública mundial sobre los abusos de cualquier aspirante a dictador local. El declive de Estados Unidos supondría entonces la decadencia de todas las democracias occidentales, pues sin los ejércitos y recursos americanos, ni Alemania , Reino Unido , Japón , Canadá , Australia , ni mucho menos Francia tienen la capacidad para custodiar la sobrevivencia del orden liberal internacional en todo el mundo. Ojalá en próximas conferencias el INE considere invitar académicos como Ikenberry, pues sin el análisis de las relaciones internacionales, la comprensión de la crisis democrática de nuestro tiempo quedará incompleta.