Pablo Majluf se ganó a pulso su lugar este sexenio como la voz discordante de las nuevas generaciones. Es el único que no le teme a ser políticamente incorrecto e ir contracorriente del consenso instalado entre la progresía biempensante. Eso es algo que debe reconocérsele y agradecérsele. Es una postura refrescante frente a la repetición de lugares comunes de la izquierda mexicana que dice y escribe lo mismo desde hace cuarenta o cincuenta años. Mientras las izquierdas de otros países producen continuamente nuevas ideas, en México seguimos leyendo a los mismos autores carentes de toda originalidad. El problema es que incluso entre los intelectuales y analistas de mi generación, uno puede predecir con increíble aburrimiento lo que van a decir a fin de quedar bien con la galería de sus seguidores. Esa irreverencia y frescura de Pablo ha sido sana para mantener cierto debate público en torno al populismo y sus implicaciones para México. La contribución más señalada a ese debate es el nuevo libro de Majluf El pueblo bueno y sabio. Reflexiones sobre los linchamientos en México. Esta obra, ya disponible en librerías, pone en tela de juicio la repetitiva frase de la 4T de que el pueblo es, en efecto, bueno y sabio. Desde luego, se refiere al pueblo mexicano en general, pero para ilustrar ofrece sobrecogedores ejemplos locales de turbas cometiendo linchamientos. Ciertamente, no es una costumbre exclusivamente mexicana, sino que incluso la palabra linchamiento tiene su origen en el inglés, pero Pablo explora y rastrea la práctica en la tradición hispánica y mexicana. Ya Julio Hubard en su reseña de este libro ha enumerado las obras del siglo de oro español donde figura esta práctica abominable o su precedente, la encomienda de justicia centralista al rey.
Ahora bien, si Pablo evidencia que el pueblo puede ser malo, violento y no tan sabio, la pregunta entonces se vuelve la contraria. ¿Qué explica que no haya más linchamientos? No tengo la respuesta desde luego, pero me pregunto por el papel de la calidad de la educación pública para reducir la recurrencia de estos actos de barbarie. Una de las observaciones que más llaman la atención de Pablo es la falta de tipificación del linchamiento como delito. Tengo la impresión de que, en el ambiente de impunidad prevaleciente en el México actual, tanto da si se tipifica con cien años de cárcel como si no se tipifica. La ausencia de una autoridad estatal capaz de ofrecer educación de calidad primero y segundo de perseguir y sancionar esta conducta en un país con los índices delictivos del nuestro, me resulta mucho más alarmante que la propia falta de conceptualización de un delito. Aún así, el libro tiene esa virtud de hacer que uno se pregunte sobre el concepto mismo de pueblo y el abuso del mismo por parte de los regímenes populistas. Es esta una de las aportaciones principales del texto, su capacidad de ir más allá del tema de los linchamientos para cuestionar la validez conceptual de la terminología populista. Aunque Majluf no lo menciona directamente, la diferencia entre la noción de pueblo y ciudadanía por lo menos desde la Revolución Francesa se convierte en un asunto central de la discusión contemporánea. ¿Por qué el populismo califica como bueno al pueblo y descalifica las organizaciones ciudadanas? Por otra parte, el uso de un calificativo como “bueno” para “el pueblo” supone una propuesta de moralidad cuando menos desconcertante. Una suerte de eco de aquella cartilla moral publicada por el gobierno para consumo masivo. En suma, el libro de Pablo representa una lectura valiosa para la desmitificación del discurso oficial, una reflexión necesaria sobre los linchamientos en México y aún más importante, una invitación a repensar la conceptualización del pueblo. Si busca usted un libro inteligente y ameno para este verano, no se pierda El pueblo bueno y sabio. Reflexiones sobre los linchamientos en México.