El 5 de octubre de este año, el presidente de México reconoció que quiere constituir una aerolínea comercial administrada por la Secretaría de la Defensa. Aunque pasó inadvertida la fecha, el mismo día del anuncio se conmemoraron 50 años del peor accidente ferroviario en la historia de México. El accidente sucedió en Saltillo, Coahuila, y es recordado como la tragedia de Puente Moreno. A propósito del incidente, acaba de estrenarse la estupenda película documental Puente Moreno: A 50 años de la tragedia, dirigida por Arturo Santillán y cuyo productor, Arturo Rodríguez, es un destacado colaborador de la revista Proceso y de El Heraldo de México. La película y el recordatorio de la tragedia vienen a cuento por lo que representa el manejo de una empresa de transporte de pasajeros administrada por instancias gubernamentales.  

En Puente Moreno fallecieron oficialmente 234 personas y hubo 1,200 heridos, pero siempre se ha sospechado que se manipularon las cifras. Entre otras cosas, el esclarecimiento integral del siniestro resulta imposible pues ocho cajas con reportes de inteligencia sobre el incidente están desaparecidas del Archivo General de la Nación. La empresa involucrada era Ferrocarriles Nacionales de México y su gerente Víctor Manuel Villaseñor. Inicialmente, sin mediar ninguna investigación, el gobierno de México intentó zafarse de la responsabilidad y culpó a “la tripulación” de haber conducido las máquinas en estado de ebriedad y hasta de organizar una orgía en los vagones. Investigaciones periodísticas posteriores, exámenes médicos y el testimonio del propio Villaseñor demostrarían a la postre que la teoría de la ebriedad y el sexo eran una invención de mala fe. Las supuestas sexoservidoras involucradas ni siquiera existían. De modo que la siguiente versión oficial acusó de sabotaje al sindicato ferrocarrilero. Pero ¿a cuál? Como solía ocurrir en los años del estatismo mexicano exacerbado, había dos sindicatos reclamando para sí la representación de los trabajadores. Por una parte, un sindicato de orientación comunista bajo el liderazgo de Demetrio Vallejo, el Movimiento Sindicalista Ferrocarrilero (MSF). Simultáneamente, había un sindicato charro con grupos de choque gobiernistas, el Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República (STFRM). En respuesta, los sindicalistas culparon del sabotaje al gobierno, pero como no tenemos acceso a los resultados de las investigaciones reales, quizá nunca sabremos cuál fue la verdadera causa del accidente.  

El punto es que el incidente ilustra la incompetencia (y el peligro) de que el Estado administre una empresa de pasajeros. En la tradición burocrática mexicana, las responsabilidades se disolvieron en la bruma y los deudos no recibieron sino una indemnización miserable. Lo que sí sabemos es que el descuido y la falta de inversión pública en mantenimiento le costaron la vida a cientos de personas. La tragedia de Puente Moreno sucedió en 1972, periodo muy anterior a la de los gobiernos así llamados “neoliberales.” Sucedió en los años del más febril estatismo del presidente Echeverría, pero ni así pudo el gobierno mexicano administrar adecuadamente una empresa. El precedente debería servir de lección. Al gobierno le corresponde constitucionalmente garantizar a los mexicanos servicios de seguridad, de salud y educativos de excelencia. No ha sabido ni podido cumplir con esas obligaciones en las últimas décadas. Sería deseable que primero lograra la oferta de servicios públicos de calidad antes de pensar en la inauguración de una empresa que solo genere pérdidas multimillonarias al contribuyente mexicano. El Ejército mexicano goza de un enorme reconocimiento público por su ayuda a la población en medio de catástrofes naturales, ¿para qué arriesgar esa imagen con un accidente? Vea la película Puente Moreno, es una de esas piezas fílmicas que refrescan nuestro entendimiento de la historia e iluminan la comprensión del presente.

Analista
@avila_raudel

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