El año pasado se publicó el libro What We Owe The Future. El autor, William MacAskill, un jovencísimo filósofo de Oxford, se ocupa de numerosos temas de nuestro tiempo: el calentamiento global, la inteligencia artificial, las pandemias, el estancamiento demográfico y otros más. Todo desde la perspectiva de lo que llama “largoplacismo”, una valoración del bienestar que nuestras acciones pueden producir para futuras generaciones. El punto de partida es que la historia tiene períodos de rigidez y otros de gran plasticidad en los que un cambio en los valores puede incidir sobre varios siglos del porvenir. MacAskill evalúa las acciones históricas en función de un marco teórico que analiza tres aspectos: trascendencia (qué tan significativo es el cambio), persistencia (cuán duradero será en el tiempo) y contingencia (cómo sería el mundo de no haberse producido el cambio). Uno de sus ejemplos más relevantes es el análisis de la abolición de la esclavitud en Inglaterra. Aunque muchos lo consideraban un cambio ineludible, MacAskill demuestra que no es verdad. Sin la tenacidad de un grupo activistas cuáqueros en un momento de plasticidad histórica, la abolición de la esclavitud pudo no haberse producido. Los valores de un grupo minoritario (no de los líderes políticos de su tiempo) impactaron para bien la estructura moral hasta nuestros días.
Sucede algo similar en este punto de la historia. La sobrevivencia o no de los valores democrático-pluralistas puede impactar significativamente la vida política de México para numerosas generaciones del porvenir. Nos encontramos en un período de plasticidad creativa que podría moldear la configuración política en forma duradera. La batalla por la preservación de una autoridad electoral plenamente independiente del gobierno habrá de influir sobre la posibilidad de sostener opiniones distintas de las oficiales (libertad de expresión), de la apreciación del pluralismo político (libertad de elegir representantes entre opciones distintas), de intervenciones económicas del estado con contrapesos (libertad de comercio) y otras tantas. De igual manera, si se pierde la batalla en defensa del INE puede sellarse la suerte de múltiples generaciones venideras. Así como la Revolución Mexicana fue un período de gran plasticidad creativa, después de su institucionalización vino uno de rigidez en el cual quedó clausurada durante décadas la posibilidad de elecciones libres y realmente competidas. El régimen actual desea consolidar la hegemonía de un solo partido y grabar en piedra sus opiniones. Esto además impactaría negativamente la capacidad de innovación e investigación universitaria del país, es decir el potencial de nuestra prosperidad, pues la hegemonía política supone el predominio de un solo conjunto de ideas en lugar del florecimiento de una multitud de opiniones y perspectivas científicas, técnicas, filosóficas. Ya lo vimos en la persecución penal de científicos por parte de la fiscalía este sexenio, la supresión de las becas del Conacyt para estudiar en el extranjero y la demolición del CIDE. En la era de la inteligencia artificial no es buena idea encerrarse en una sola manera de ver el mundo.
La concentración en el zócalo del domingo pasado supuso un parteaguas. Las clases medias pusieron de manifiesto su intención de seguir con el proyecto de apertura liberal y pluralismo político iniciado hace décadas. La propuesta gubernamental supone, en lo inmediato, retroceder y dejar en manos del oficialismo la designación de nuestros dirigentes. Pero a largo plazo, como diría MacAskill, también renunciar a todo lo que dije arriba. Karl Popper escribió que “la capacidad de resistencia de una fortaleza depende de la calidad de sus guarniciones.” Estamos por averiguar la calidad de las guarniciones de nuestra democracia. Pelear por las libertades políticas es una de las cosas que le debemos al futuro. Y el futuro no es sino otra manera de nombrar a nuestros hijos, nietos, biznietos, tataranietos.