Decía Shimon Peres, el estadista laborista de Israel y premio Nobel de la Paz que “un pastor puede ejercer autoridad sobre su rebaño, pero eso no quiere decir que pueda controlarlo.” En México no existe una cultura de la rendición de cuentas por parte de los dirigentes partidistas, pero eso no debería ser un obstáculo insuperable. El problema es que tampoco existen los mecanismos institucionales para que los militantes de los partidos puedan exigir respuesta a sus dirigencias frente a resultados adversos. En un país con una democracia más desarrollada, los integrantes del PRI, PRD y PT estarían en condiciones de llamar a cuentas a los presidentes de sus partidos para demandarles su salida por la exigua cantidad de votos obtenidos el domingo. En el caso del PT y del PRD, incluso pierden registro en algunas entidades federativas. En cuanto al PRI, ya no queda mucho por decir.

El vencedor indiscutible de la contienda electoral fue Morena . Con todo, uno de los factores de su derrota en Durango tuvo que ver con la absoluta carencia de mecanismos de democracia interna, pues la dirigencia nacional designó candidata a Marina Vitela contra la opinión dominante de la militancia morenista local que favorecía al senador José Ramón Enríquez.

El PAN se consolida como el partido de oposición con mayor presencia nacional. Esa consolidación no es la resultante exclusiva de una suma de victorias, sino en gran medida consecuencia del desplome priista. En un partido cuyo abolengo intelectual le permite citar entre sus filas a Manuel Gómez Morín o Carlos Castillo Peraza, Marko Cortés definió los resultados de las elecciones con la elegantísima expresión tabernaria de “hay tiro.” No dijo que el PAN tenga la mejor oferta y los perfiles idóneos para el país de cara al 2024, tampoco se comprometió a asumir la enorme responsabilidad de representar a quienes se sienten ajenos o desatendidos por el proyecto del actual gobierno federal. El caso más curioso es Movimiento Ciudadano. Perdieron el 100% de las gubernaturas en disputa y quedaron en un remotísimo tercer lugar en todas partes. Es verdad que son los únicos que aumentaron algunos puntos en las preferencias electorales, pero con una licencia literaria propia no sé si del realismo mágico o hija de la posverdad, su dirigente Dante Delgado presumió un “crecimiento exponencial” de su partido. No solamente no hubo autocrítica, hay petulancia.

No hubo reflexión crítica de ninguna fuerza opositora sobre Oaxaca, donde arrasó Morena. De todos los estados competidos el domingo, es el más grande respecto al padrón nacional con miras a la elección presidencial, pero también el más pobre. Ninguno de los partidos de oposición tuvo idea de cómo resultarle atractivo al electorado más desposeído del país. Simplemente culparon al clientelismo. Ahora, lo más interesante del domingo es la victoria de Esteban Villegas en Durango. Su candidatura fue resultado de una genuina deliberación interna entre los partidos de la alianza y consecuencia de un recorrido territorial exhaustivo del candidato por los municipios de su estado. Es también el corolario de una campaña enfocada no a atacar a un presidente inmensamente popular, sino a la identificación de necesidades locales, así como la crítica de políticas específicas que lastiman a la población (el desabasto federal de medicamentos). Villegas, médico de profesión, se comprometió a garantizar las medicinas para la población más necesitada. A los otros partidos de la alianza se comprometió a invitarlos a formar parte de un gobierno de coalición. Se trata de un ejercicio más sofisticado que la mera suma electoral de siglas. Si los dirigentes buscaran lecciones con miras al 2024, Durango debería ser un caso de estudio.

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