La semana pasada tuvo lugar la pasarela de aspirantes presidenciales de los partidos de oposición ante organizaciones de la sociedad civil. El evento fue un ejercicio sin precedentes en la historia democrática de México y hay mucho por reconocerles. No obstante, en este punto, lo que menos le sirve a la oposición es un ánimo triunfalista. Hay que empezar por la localización del evento: un centro de convenciones en el Paseo de la Reforma. ¿Por qué no llevar a los precandidatos presidenciales a los estados del sur de México para desmentir la narrativa de que la oposición no tiene preocupación por los más pobres? Imagine usted el mensaje si la ceremonia hubiera tenido lugar en Oaxaca, Chiapas o Tabasco, el estado natal del presidente de México. Transmitir una pasarela de aspirantes presidenciales desde una de las regiones más marginadas de México serviría para demostrar que la promesa gubernamental de dar atención a los desposeídos no se cumplió este sexenio. Además, evidenciaría que la oposición tiene la suficiente sensibilidad para poner la pobreza en el centro de sus prioridades. En segundo lugar ¿por qué celebraron esto en un centro de convenciones empresarial? Valdría la pena considerar una plaza de toros de provincia, un estadio modesto o una plaza pública de algún municipio mediano, espacios mucho más accesibles para el ciudadano de a pie. Es muy notorio que entre las muchas cualidades de los aspirantes presidenciales no se cuenta la experiencia en campañas electorales. Buena parte de ellos son exsecretarios de Estado, es decir políticos palaciegos, y con excepción de Juan Carlos Romero Hicks, prácticamente ninguno ha ganado una contienda electoral real. Cierto que Beatriz Paredes fue gobernadora, pero en la época previa a la creación del IFE, cuando las elecciones mexicanas estaban controladas por el gobierno en turno. En la misma tesitura, espero que nadie tome en serio la postulación de Miguel Ángel Mancera, Silvano Aureoles o Demetrio Sodi.

Los aspirantes presidenciales de la pasarela son figuras de buena formación académica y sólida experiencia administrativa en las más altas posiciones burocráticas. En condiciones normales, la inexperiencia electoral de los candidatos podría subsanarse por las estructuras territoriales de los partidos, pero el PRI quedó reducido a ruinas por su propia corrupción, el PAN tiene una dirigencia muy limitada, y del PRD no quedan sino escombros. Consecuentemente, es necesario que los candidatos empiecen a pensar en asolearse. El único que ha hecho el esfuerzo por acudir a los espacios populares de la República como los tianguis y mercados es Enrique de la Madrid. No obstante, no ha conseguido que se refleje en ninguna encuesta de popularidad.

Volteemos a ver el mundo. A lo largo de su historia, India ha sido una democracia con grandes contingentes de población en situación de pobreza y marginación extremas. Sin embargo, su primer y uno de sus más populares gobernantes, el primer ministro Jawaharlal Nehru, era un hombre de una sofisticación intelectual y cultural refinadísima, educado en la Universidad de Cambridge. Fue un sibarita a quien le encantaba vestir con gran elegancia y hacer gala de su formación elitista. Con todo, en su autobiografía describe con gran detalle cómo triunfaba en los mítines masivos ante multitudes emocionadas por su presencia. Él dice que a la muchedumbre no le molestaba su formación ni su elitismo intelectual, siempre y cuando Nehru estuviera dispuesto a caminar bajo el inclemente sol de la India con ellos y recorrer a pie los poblados más marginados del país en la temporada de los monzones. Incluso le perdonaban que criticara en sus discursos las costumbres más retrógradas de las comunidades. Los políticos mexicanos siempre dicen que como México no hay dos, pero podríamos aprender mucho de figuras como Nehru y de la historia electoral de India.

Analista. Twitter: @avila_raudel

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