“Una operación militar estadounidense no puede ser descartada”, manifestaba un editorial del Wall Street Journal el 6 de noviembre de 2019. “México va por la vía rápida camino a convertirse en un estado fallido”, escribió Bret Stephens en el New York Times el 7 de noviembre. “La masacre lanzó una onda de choque a través de México y Estados Unidos, renovando las interrogantes sobre el fracaso de México para proveer seguridad en su territorio”, expresaba el 7 de noviembre Kevin Sieff, en el Washington Post. Otro artículo del mismo autor llevaba por título “Después de la masacre, una reconsideración: ¿Deben los mormones americanos de La Mora permanecer en México?”. Por su parte, el Financial Times, el rotativo financiero más influyente del planeta, titulaba su nota “Crecen las dudas sobre la estrategia de abrazos para combatir el crimen en México.”
Históricamente, la prensa internacional no se ha caracterizado por una cobertura equilibrada o bien documentada de México. Desde la Revolución Mexicana, con honrosas excepciones, oscila de un extremo a otro, de la apología y el entusiasmo desmesurado a la condena absoluta. Del bochornoso “Salvando a México” de la revista Time con Peña Nieto, a la categorización de Estado fallido y la convocatoria explícita a intervenciones militares como en el caso del WSJ. La bibliografía especializada le llama a este fenómeno parachute journalism, en referencia a un paracaidista que aterriza en una zona de desastre sin mayor conocimiento del terreno. Los recortes en los grandes periódicos del mundo han obligado a una disminución presupuestal para las corresponsalías en el extranjero que muchas veces ya no son permanentes, sino asignadas para un evento. Esto dificulta el conocimiento histórico de la región por el corresponsal o el establecimiento de una red de contactos para mejorar sus notas.
A querer o no, la prensa internacional proyecta la imagen de México en el exterior. Con frecuencia, filtra impresiones de los gobiernos de sus países para presionar a México. Precisamente por ello, no puede ni debe desecharse lo publicado ahí. Habrá periodistas con información insuficiente, pero no son susceptibles del chantaje del gobierno mexicano de recortar publicidad oficial en sus espacios. Ellos no viven de eso, así que ganan en credibilidad. Consecuentemente, una estrategia de coordinación de mensajes se vuelve indispensable, pues de estas publicaciones podría depender la afluencia de turistas o la llegada de inversiones extranjeras a nuestro país. Más importante aún, la formación de una opinión sobre México para la toma de decisiones entre los circuitos gobernantes del planeta.
El gobierno de México se rehusó a dar una entrevista al Financial Times alegando que apoyó las reformas neoliberales. Adicionalmente, hoy demasiados funcionarios presumen que no hablan inglés. Tom Burns Marañón, excorresponsal del Washington Post en Madrid, ha contado cómo Felipe González invitaba a desayunar a los corresponsales extranjeros y les insinuaba uno por uno el mensaje que España deseaba proyectar en cada medio. No es una tarea de la presidencia, pero importa que la considere una figura de alto nivel. Si les falta información o fuentes, es preciso proporcionárselas. La prensa internacional no produce votos ni aumenta la popularidad gubernamental, pero puede apuntalar factores de gobernabilidad. En una coyuntura económica de recesión técnica, inseguridad pública en la calle y necesidad de aliados internacionales para la aprobación del T-MEC, consolidar una imagen seria de México en la prensa internacional resulta urgente. México no quiere intervenciones extranjeras, pero su desarrollo precisa de una opinión pública favorable en el exterior.
Analista de política nacional e internacional