La semana pasada se produjo otra tragedia en la que miembros del ejército mexicano abrieron fuego contra civiles en Nuevo Laredo, con un saldo de cinco muertos. Es preciso decir que esos elementos militares ya se encuentran bajo proceso según las leyes de la justicia militar. La CNDH, sin embargo, solicitó en un bochornoso boletín guardar silencio sobre el incidente hasta que se conociera la versión oficial. La respuesta de nuestros activistas y twitteros fue más o menos la misma de siempre “AMLO traicionó a la izquierda”, “el militarismo no es de izquierda”. Todo lo cual es falso. Por algún motivo, a la izquierda mexicana le resulta conveniente olvidar que dentro de la tradición de izquierdas en América Latina y el mundo hay corrientes de raíz profundamente militarista. Desde los dictadores bananeros latinoamericanos “el comandante Castro” o “el comandante Hugo Chávez”, hasta “el mariscal Tito”, “el mariscal Stalin” o “Mao, el gran timonel”, todos ellos orgullosos portadores de uniformes con distintivos militares. La única izquierda no militarista en el mundo es la socialdemócrata, una corriente que en México lamentablemente nunca ha salido de círculos académicos marginales ni ha logrado construir fuerza electoral real. Tanto es así que Movimiento Ciudadano, el partido que hoy se dice socialdemócrata, prefiere no competir en Edomex y Coahuila porque sabe que no solo no es competitivo, sino que se arriesga a perder el registro ahí. El resto de las izquierdas, vale decir, todas las marxistas y populistas, son simpatizantes del militarismo, pues supone un modelo de obediencia y sumisión total al dirigente en turno.
No se trata de responsabilizar a la izquierda del proceso de militarización. Se trata de reconocer que no es un accidente ni una imposición del destino, sino una condición a la cual la izquierda ha contribuido. Los gobiernos anteriores usaron indebidamente al ejército en tareas de seguridad pública, pero no le entregaron las aduanas ni los aeropuertos a las fuerzas armadas, ni los pusieron a construir refinerías, sucursales bancarias ni trenes mayas. Fue la izquierda. Lo intelectualmente honesto, desde la izquierda, sería asumir la actitud de figuras como Emma Goldman. En la década de 1920, cuando toda la intelectualidad de Europa continental se rendía incondicionalmente a la adoración de la revolución bolchevique y sus líderes, una anarquista y defensora de los derechos de las mujeres denunció la deriva totalitaria del comunismo. Era Emma Goldman, quien llegó a Moscú procedente de Estados Unidos, pensando que Rusia, la patria de la revolución sería el paraíso de los trabajadores y sobre todo, de las trabajadoras. En su libro Mi desilusión en Rusia, publicado tan pronto como 1923, Emma Goldman recogió las quejas de mujeres explotadas por la industria bolchevique “remarqué el peligro del método militar y pregunté si se consideraba una certeza la eficiencia de los trabajadores o si iban a tener que trabajar de modo intensivo bajo coacción.” La respuesta se la dio el célebre periodista John Reed “nos han obligado a movilizar un ejército para combatir los enemigos externos, ¿por qué no valerse del ejército para combatir a los enemigos internos?” Goldman se queda reflexionando “la vida sabe cómo gastar bromas crueles. En Estados Unidos yo había desdeñado la idea del bienestar en las condiciones de empleo, la consideraba un paliativo capitalista. En la Rusia socialista la visión de mujeres embarazadas trabajando mientras respiraban el sofocante aire del tabaco, y mientras ellas como sus nonatos se intoxicaban con el veneno industrial bajo la mirada de los militares me impresionó como una iniquidad… eso que denominaban la defensa de la transformación no era sino la defensa del partido en el poder.” Los hombres de la izquierda mexicana llevaron al poder un gobierno militarista que quiere destruir la democracia. Por fortuna, hoy marcharán en todo México muchas mujeres, sucesoras de Emma Goldman