El lugar común consiste en trazar paralelismos entre la invasión rusa de Ucrania con la crisis de los misiles o con la tentativa de Chamberlain por apaciguar a los nazis antes de la Segunda Guerra Mundial. Hemos dejado de lado las semejanzas entre nuestro tiempo con el colapso de certezas en la Primera Guerra Mundial. Christopher Clark, profesor de historia en la Universidad de Cambridge, publicó en 2014 el libro Sleepwalkers: How Europe Went To War in 1914 (en español se llamó Sonámbulos), donde exhibió cómo las grandes potencias europeas caminaban dormidas hacia un conflicto nunca visto por cálculos estratégicos completamente erróneos.

Sea el zar Nicolás II, el káiser Guillermo II de Alemania, el rey Jorge V de Inglaterra, o bien el emperador Francisco I de Austria, las cabezas coronadas de Europa calcularon mal (todas) las consecuencias de iniciar una guerra. Bien por una falsa idea de la guerra inspirada en los conflictos del pasado, bien por errores en los informes de inteligencia, o simplemente por creer que los lazos familiares entre las casas reinantes europeas impedirían el escalamiento del conflicto, ninguna de las potencias midió las implicaciones de sus alianzas y la activación de sus ejércitos. No obstante, el supuesto más importante que se derrumbó con la guerra fue que debido a su alto grado de integración comercial, las economías europeas no se arriesgarían a una conflagración bélica. Esa visión gerencial de los economistas sobre política exterior y todos los supuestos de la época fallaron.

Desde que Rusia invadió Ucrania, hemos visto desmentidos los cálculos de los expertos. Primero, que Putin no se atrevería a invadir y se conformaría con el reconocimiento de independencia de algunas provincias. Segundo, que la OTAN era una alianza fracturada y no lograría una respuesta coordinada contra la agresión. Tercero, que el grado de integración comercial de Rusia con el resto de la economía mundial, obligaría a Putin a no escalar la agresión para evitar las repercusiones financieras sobre su país. Cuarto, que las libertades políticas europeas eran sostenibles en el tiempo sin pagar un alza en los presupuestos militares. Todas estas predicciones, unas del lado ruso y otras en el bando occidental, fallaron. Consecuentemente, atemoriza pensar que también se equivocan quienes aseguran que Putin nunca recurrirá al arsenal nuclear, que las sanciones económicas ya lo vencieron, o que China va a contener a Rusia antes de que ésta última utilice armas de destrucción masiva.

Lo más desalentador ha sido que el gobierno mexicano no se equivocó en sus cálculos porque no hizo ninguno. Igual que con la elección de Trump en 2016, no existió un diseño institucional de escenarios alternativos en caso de que lo peor sucediera. El Estado mexicano no tomó previsiones ni planeó nada para proteger a los mexicanos ante las repercusiones de la invasión, de ahí que procedió a la evacuación de connacionales en el último minuto. Al inicio, ni siquiera hubo claridad sobre la condena de México a la invasión de Ucrania, un país soberano. La pregunta más alarmante es quién y cómo informa al presidente de lo que está ocurriendo en Ucrania, puesto que él siempre ha reconocido su desconocimiento de los temas internacionales. El presidente Manuel Ávila Camacho creó el Estado Mayor Presidencial para disponer de información y puntos de vista expertos en su planeación y toma de decisiones durante la Segunda Guerra Mundial. Es el problema de destruir instituciones sin saber para qué sirven ni tener un remplazo confiable. En la coyuntura actual, el peor sonámbulo y el que deja más desprotegida a su población es el Estado mexicano.

Analista.