En su serie de novelas sobre la historia política de Estados Unidos, Gore Vidal incluyó una titulada Hollywood. Es, entre otras cosas, el relato de cómo el presidente Woodrow Wilson impulsó la industria cinematográfica y a Hollywood en particular, como herramienta propagandística durante la Primera Guerra Mundial. Los protagonistas de la novela son productores de películas donde los alemanes figuran como villanos de una perversidad insólita. Con esto, Gore Vidal ilustraba el papel de Hollywood como instrumento político central en la historia de Estados Unidos. La tendencia se mantiene hasta la fecha, basta ver el destacado papel de figuras como Lady Gaga o Jennifer López en la ceremonia de inauguración de Joe Biden.
Durante la mayor parte del siglo XX, Hollywood constituyó el referente de mayor alcance en el ámbito de la cultura popular, por lo menos en los países occidentales. Incluso en los países de la órbita soviética, las películas estadounidenses eran objetos clandestinamente codiciados para una población harta del cine socialista de autor. Hollywood no era solamente un productor de entretenimiento, también fue un exportador de una forma de vida aspiracional y capitalista, que romantizaba las costumbres y estilos de la clase media estadounidense como un modelo imitable. Es decir, un poderosísimo imán cultural. Tanto es así, que Hollywood se convirtió en la industria cinematográfica más rentable del mundo. Hasta el año pasado.
En 2020, las películas importadas representaron únicamente la sexta parte del mercado del cine en China. Una caída del 55% respecto al año anterior. La abrupta caída en la importación de películas estadounidenses se relaciona directamente con la pandemia y el caos que produjo en las fechas de lanzamiento de Hollywood, según advierte el portal Variety. No obstante, China es ya el mercado cinematográfico más grande del planeta. El ingreso en taquilla de las películas importadas (hollywoodenses) representó nada más el 16.3% de la venta de boletos en China durante 2020.
El público adquirió 548 millones de boletos en China en 2020, y la recaudación total en taquilla alcanzó los 3.13 mil millones de dólares, superando las cifras del mercado estadounidense el mismo año. Una lectura superficial supondría que esto no tiene importancia fuera del mundo de la farándula, o si acaso, del periodismo financiero. Espero haber dejado claro que implica significativas repercusiones políticas. Se sabe que la nueva diplomacia china en el mundo, conocida como Wolf Warrior Diplomacy (la diplomacia del lobo guerrero), lleva ese nombre por una serie de películas de acción donde, entre otras cosas, una China heroica defiende a los débiles de la perversidad de los países occidentales.
Es verdad que Hollywood espera una recuperación pronunciada en 2021 como resultado de la política de vacunación masiva y el programa de rescate financiero a las familias del presidente Biden. Aún así, es pronosticable una competencia creciente en la industria cinematográfica internacional. La influencia estadounidense en la cultura popular sigue teniendo un alcance superior gracias, entre otras, a su industria de los espectáculos deportivos, generadora de 75.71 mil millones de dólares en 2020, y a la industria de los videojuegos, cuyas cifras apuntan aproximadamente a los 40.6 mil millones de dólares. Con todo, el nuevo plan quinquenal chino pretende conseguir la autosuficiencia tecnológica, de modo que no sería descabellado esperar una competencia internacional mayor también en el campo de los videojuegos. Una intensificación en la batalla por el poder blando, según el concepto del profesor Joseph S. Nye Jr. O bien, un encarnizamiento en la lucha “por los corazones y las mentes” como la llamaba el prestigiado estratega geopolítico George Kennan.