Pocas cosas se oyen con tanta frecuencia como la expresión “formación de cuadros.” “Ya no existe la formación de cuadros” se lamentan con nostalgia otoñal muchos. Se trata de una queja transversal a todos los partidos políticos, sean de oposición, gobiernistas y/o paleros encubiertos. Cada uno tiene su propia definición. Los perfiles más ideológicos piensan que debe ser la enseñanza de conocimientos doctrinales. Los tecnócratas creen que es una especialización técnica en administración pública, y los intelectuales quisieran que fueran cursos de ajedrez o filosofía política. Lo cierto es que en la actualidad ningún partido se preocupa genuinamente por estos temas. Puesto que no existe consenso sobre el concepto, tengo para mí que la formación de cuadros políticos es algo mucho más simple pero trascendental. Un ejercicio similar al de los aprendices en los grandes talleres artísticos medievales, una observación concienzuda de los grandes maestros. Así como los aprendices procuraban imitar los métodos de sus maestros para repetir ciertos patrones hasta desarrollar un estilo propio, así debería fundamentarse la formación política. Consecuentemente, la única manera de aprender a ser político es conviviendo con políticos. Y así como la calidad de un pintor depende de sus maestros, la calidad de un político dependerá de sus mentores. Ésos con quienes recorre las accidentadas carreteras mexicanas en giras electorales, o con quienes se desvela trabajando en los despachos de gobierno. De ellos aprenderá (o no) la más importante de las cualidades en la política, lo que el presidente Ruiz Cortines llamaba “el modito”. Es decir, el trato atento a sus conciudadanos para seducirlos y que sientan, aunque sea por unos minutos, que son las personas más importantes del universo. Déjeme poner un ejemplo.

El nombre del licenciado Jorge Palomino Topete quizá no le suene a usted, pero para mucha gente de Aguascalientes era una referencia ineludible. Campeón de oratoria, animador cultural y charlista genial. Hijo del gobernador Benito Palomino Dena, a diferencia de tantos juniors en la política mexicana, el licenciado Palomino Topete no aprovechó los contactos de su padre para enriquecerse, sino para maximizar su aprendizaje con grandes figuras. Tuvo cercanía constante con Agustín Yáñez, Valentín Campa, Jesús Silva-Herzog y el exsecretario de Gobernación Ángel Carvajal Bernal. Lector voraz, el licenciado Palomino sumó a esas amistades una pasión inextinguible por la cultura popular. Recorría los ranchos probando los antojitos mexicanos de cada región, se interesaba por sus costumbres y la música vernácula. Apasionado de la historia patria, conocía como nadie la canción popular mexicana, pero también el anecdotario político. Disponía de un divertidísimo repertorio de albures. A sus amigos, lo mismo les prestaba biografías de Churchill, Charles de Gaulle y Adolfo Ruiz Cortines, que les recomendaba leer las vidas de Pepe Jara o Ferrusquilla. Y para regalar, nadie como el licenciado Palomino. Sendos paquetes de queso fresco y tortillas de harina procedentes del norte del país, acompañados de inmensas bolsas con dulces típicos garapiñados del Bajío y cajeta de membrillo. El licenciado Palomino no lo invitaba a uno a su casa a comer, le abría la puerta de su casa para devorar suculentos banquetes con infinidad de platillos y bebidas espirituosas. Palomino no ejercía la política tanto como prometían sus enormes talentos debido a la maldita enfermedad que se lo llevó. En cambio, formó candidatos, dirigentes partidistas, diputados, senadores, presidentes municipales, gobernadores y embajadores. Me consta que buscaban su consejo afanosamente. Perdimos un mexicano de gran generosidad y bondad, un político excepcional que sabía escuchar y dispensar un trato humano incomparable. Sobre todo, un espléndido formador de cuadros. Se le extrañará. O quizá no tanto, pues es y seguirá siendo una presencia tutelar para todos aquellos a quienes formó. Formación política, que no es otra cosa que formación humana pues…


Analista