El doctor Rogelio Hernández, profesor-investigador de El Colegio de México, publicó hace muchos años el libro Amistades, compromisos y lealtades: líderes y grupos políticos en el Estado de México, 1942-1993. Fue su tesis doctoral, una obra maestra de la ciencia política mexicana. Un análisis de la mítica elite política mexiquense desde el punto de vista histórico y sociológico. Entre otras cosas, Hernández describió cómo un grupo político se hizo del poder en la entidad federativa más importante del país y se cohesionó para evitar, primero, la fragmentación de su territorio geográfico. Segundo, buscaron prevenir la disolución de su cacicazgo por parte del centro (la Presidencia de la República). Se trataba de una clase política local en forma, orgullosa de su conocimiento del terreno y plenamente dominante de la vida pública regional. Un modelo muy particular de priismo exitoso dentro del variado mosaico del priismo nacional.

Ese grupo logró, tras décadas de esfuerzo, llevar a uno de los suyos a la Presidencia de México en 2012. Lamentablemente, en lugar de hacer honor a su añeja tradición de oficio, elegancia, y notable olfato político, el grupo mexiquense reprodujo a escala nacional las prácticas políticas más provincianas en el peor sentido de la palabra. La corrupción se extendió y el resto es historia conocida que nos ha llevado al lugar en el que nos encontramos hoy. Al final del sexenio pasado, todo México fue testigo de la rendición de plaza en todos los órdenes por parte del gobierno federal ante el obradorismo triunfante. Ni siquiera buscaron dar una pelea real, mucho menos defender el legado de sus reformas estructurales. El candidato presidencial que lanzaron no tenía experiencia electoral ni militaba en el partido que lo postuló, el presidente del partido no era priista, y los estados gobernados por el PRI le produjeron inmensos dividendos electorales al obradorismo. Una vez perdida la elección presidencial de 2018, los gobernadores del PRI, aleccionados por el gobierno saliente, fueron entregando sus respectivos estados al nuevo gobierno. Primero en términos administrativos y luego cumpliendo con el trámite de regalar sus plazas electoralmente en los comicios a cambio de cargos diplomáticos. La militancia del PRI migró masivamente a Morena y los gobernadores restantes, dispuestos a servir al nuevo régimen a cambio de impunidad, escogieron un presidente de partido conocido por su cercanía con López Obrador, a tal punto que le llamaban “Amlito”. Éste último, además de su bien ganada fama de hampón, sigue al frente de las ruinas del PRI, conduciéndolo cuidadosamente a todas las derrotas electorales posibles.

Al principio del sexenio, algunos optimistas desinformados creyeron que el Estado de México sería el refugio del priismo y el santuario donde resurgiría cual ave fénix. No prestaron atención al hecho de que tan temprano como 2019, el gobierno federal filtró una investigación al gobernador Alfredo del Mazo III sobre sus cuentas bancarias en Andorra. Desde entonces, el gobernador ha sido un dócil instrumento al servicio del gobierno federal. Quien no vio, fue porque no quiso ver. Quien puede lo más, puede lo menos, dicen los abogados. Si el Presidente Peña Nieto entregó el gobierno federal al obradorismo, no había motivo para suponer que el gobernador del Mazo haría otra cosa con el feudo mexiquense. Quizá tiene que ver con la globalización. La elite política mexiquense ya no necesita ni le interesa el Estado de México. Disponen de fortunas inmensas para establecerse en Madrid o en Boston. El hecho sustantivo es que, como la elite francesa durante la invasión nazi, el grupo político del Estado de México huyó y se instalará en el extranjero permanentemente. Abandonaron y abandonarán otra vez a sus equipos de trabajo, colaboradores y amigos en plena refriega política. NO pierda el tiempo con encuestas, el Estado de México se entregó desde 2018. El PAN lo sabe, por eso no ha participado en la campaña. Sic transit gloria mundi.

Analista.

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