Philip Stephens es uno de los mejores comentaristas políticos en el Reino Unido. El año pasado publicó un libro notabilísimo Britain Alone: The Path From Suez to Brexit. Ahí, Stephens describe la trayectoria del Reino Unido y la mentalidad de sus elites desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta el inicio del gobierno de Boris Johnson. El libro arranca con la advertencia de Henry Tizard, asesor científico del estadista Clement Attlee (1945-1951), el primero ministro una vez concluida la Segunda Guerra Mundial.

“El Reino Unido puede seguir fingiendo que es una gran potencia o puede empezar a comportarse como una gran nación” le dijo Tizard a Attlee. Era indispensable, recomendó Tizard, dejar atrás los delirios imperiales, reconocer la nueva realidad armamentística donde solamente había dos súper potencias, ninguna de las cuales estaba ni estaría nunca más en Europa Occidental, y dedicar los esfuerzos de la política exterior británica al servicio de los intereses de sus ciudadanos. Se podía y se debía seguir influyendo decisivamente en el tablero geopolítico mundial decía Tizard, pero sin gastar recursos en protagonismo militar o alardes nacionalistas más allá del verdadero alcance del Reino Unido.

La incapacidad de la élite británica para reconocer la nueva realidad donde Europa ya no era ni la más poderosa ni el tema prioritario de la estrategia política mundial quedó evidenciada con dramatismo años más tarde en la crisis del canal de Suez (1956). Ahí, tanto el Reino Unido como Francia fueron humilladas y hechas a un lado desdeñosamente por Estados Unidos y la Unión Soviética en los asuntos concernientes al Oriente Medio. A pesar de la severidad del golpe, la clase política británica siguió convencida de que el Reino Unido continuaría siempre como el aliado más importante de Estados Unidos y el país más importante de Europa.

Ese autoengaño se reprodujo durante décadas en gobiernos conservadores y laboristas, además de ser responsable en gran medida del éxito de la campaña del Brexit. Una parte de la élite británica siguió considerando que podía despreciar a la Unión Europea, gracias a la “relación especial” de Londres con Washington. Es la mentalidad prevaleciente entre Boris Johnson y los promotores del Brexit.

El ascenso al poder de Johnson se produjo en buena medida como resultado del engaño colectivo a sus compatriotas, de por sí ilusionados con el mito ultranacionalista de que el Reino Unido es autosuficiente y podía desconectarse de la integración con sus principales socios comerciales. Los resultados económicos desmienten brutalmente esa idea. Desde el principio de su vida pública, Johnson lucró con las mentiras sobre la Unión Europea. Inventó cifras, difamó funcionarios e instituciones, pero lo más grave fue que, como buen populista, reforzó la nostalgia de sus conciudadanos por un pasado que ya no existe ni existirá. Lección para quien sepa tomarla…

Como primer ministro pisoteó al parlamento, violó la ley y siguió cultivando la patraña de que podían mandar al diablo la integración comercial europea apoyados en la relación con Washington. Lo cierto es que a Estados Unidos no le resulta funcional un Reino Unido incapaz de fungir como puente y mediador con Europa. El fracaso y caída de Johnson es el primer golpe de realidad para la élite política británica como consecuencia de dejarse seducir por la nostalgia, por quedarse atrapados en el tiempo con soluciones mágicas de otra época. Peligrosa situación cuando Europa y el mundo libre necesitan un Reino Unido vigoroso, ya que después de Estados Unidos nadie ha contribuido tanto en lo financiero y militar a defender a Ucrania del renovado imperialismo ruso.

Triste condición para el Reino Unido que durante siglos sirvió de referente mundial de moderación, sensatez y debate parlamentario informado sobre el diagnóstico de la realidad. “El Reino Unido puede seguir fingiendo que es una gran potencia o puede empezar a comportarse como una gran nación…”.

Analista

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