El escritor británico Ian McEwan decía que “La Jornada de un escrutador” de Ítalo Calvino es la mejor novela política de la historia. En ella, Calvino describe las incidencias de un día de elecciones en Italia, con la particularidad de que la jornada electoral se desarrolla en el Cottolengo, una institución sanitaria para la atención de discapacidades psíquicas y/o físicas. El protagonista, un escrutador electoral, atestigua las actividades propias de una casilla mientras los enfermos se presentan a emitir su voto. Todos los electores en la novela pertenecen a una de tres categorías: 1) personas que sufren trastorno de retraso mental, 2) seniles y 3) dementes, quienes además padecen todo tipo de dolencias físicas que obviamente les preocupan mucho más que la realidad política del país. Algunos especialistas consideran que se trata de una metáfora de la democracia en el mundo, otros lo ven como una crítica del sistema electoral italiano por autorizar el voto de ciudadanos con padecimientos mentales.

El escrutador, de nombre Amerigo Ormea, es un militante del partido comunista dispuesto a justificar todos los excesos de la Unión Soviética y de su partido sobre el supuesto de que la izquierda goza de una presunta superioridad moral. Y es que, como explica el autor, en Italia durante la época en que ocurre la novela, no existe ninguna opción política liberal, no hay un partido de centro con tradición de diálogo. Solo hay extrema izquierda y extrema derecha, polarización total. Amerigo tiene miedo de que, si reconoce cualquier falla en la izquierda, eso le aporte votos a la derecha, de modo que renuncia a todo sentido autocrítico y acepta cualquier tipo de atrocidades si las comete su propio partido. Amerigo teme que la derecha manipule al pueblo a quien ve como un niño inocente, pero de manera simultánea y tremendamente contradictoria, considera al pueblo infalible y sabio. A lo largo de la novela, Amerigo pasa de ser un convencido de los beneficios del sufragio universal, a cuestionar la pertinencia del voto de los otros personajes cuyo juicio político se limita a “un mínimo lugar en la conciencia; se trataba de una crucecita que había que marcar con el lápiz encima de un signo impreso.” Como telón de fondo en la novela, está la amenaza de una contrarreforma electoral, la llamada “ley estafa” que pretende la sobrerrepresentación del partido en el gobierno para anular el pluralismo y las oportunidades de sobresalir de la oposición. Finalmente, el propio Amerigo, asqueado de la política y de la ignorancia y desinterés de los votantes que llegan acarreados por las autoridades del Cottolengo, deja de pensar en la elección y dirige sus pensamientos a su novia y el sexo.

Cuando usted lea este texto, ya tendremos algunos resultados preliminares de la elección intermedia en Estados Unidos. Hasta hace unas décadas, esta novela italiana parecía un relato de características intrínsecamente latinas. Acusación de elecciones fraudulentas, sectarismo y faccionalismo extremos, polarización, suenan como el día a día de los países en vías de desarrollo. Hoy, leer este libro le obliga a uno a pensar en las elecciones estadounidenses, donde ambos partidos acusan al otro de ilegitimidad e inferioridad moral. Donde ambos afirman que el sistema electoral es una estafa manipulable para favorecer al bando contrario. Ambos partidos también están dispuestos a justificar los errores propios con tal de no concederle nada de razón al oponente. Y los electores, según dicen, son un poco imbéciles e inconscientes de los peligros que se avecinan si gana el otro. La hecatombe woke o el apocalipsis fascista. “La jornada de un escrutador” como dije, me recuerda a las elecciones estadounidenses, pero se me olvidó mencionar que el protagonista Amerigo Almea, me recuerda mucho a los simpatizantes de Morena. Así pasa con los buenos escritores como Ítalo Calvino, sus novelas interpelan a mucha gente en diferentes épocas.

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