Todo el mundo recuerda la anécdota de aquel perpetuo opositor del general Porfirio Díaz en sus sucesivas campañas de reelección. Don Nicolás Zúñiga y Miranda se prestaba al ridículo con una candidatura inofensiva para el dictador Díaz. En el fondo, se trataba de legitimar la farsa electoral del porfiriato aparentando que en el México de finales del siglo XIX y principios del XX había democracia. Como tantas prácticas nocivas de la vida pública mexicana, se trataba de un invento del malicioso y astuto dictador oaxaqueño. El perfeccionamiento del papel del esquirol se dio durante el período del priismo hegemónico con la creación de partidos supuestamente de oposición, en particular el PARM (Partido Auténtico de la Revolución Mexicana). Era un partido integrado por políticos viejos, generales retirados que supuestamente habían peleado en la revolución y se decían sus genuinos portavoces. Estaban ahí para cuidar que el PRI no traicionara sus principios revolucionarios, según presumían ellos, pero simultáneamente decían representar la “Nueva Política Revolucionaria.”
El testimonio más completo de las andanzas de ese partido está en las memorias de Mario Guerra Leal, un libro con el sugerente título La grilla que se convirtió en un auténtico bestseller e hizo época en un país donde nadie lee. Guerra Leal era un vulgar coyote de provincia, bravucón de cantina que se liaba a golpes en las tabernas después de unas copas, pero presumía su gran formación académica, casi doctoral, en temas jurídicos. Vivía dedicado a gestiones corruptas con ministerios públicos, emisión de facturas y otras prácticas típicas de muchos abogados mexicanos. Guerra Leal fue varias veces legislador y, por favor no se ría, candidato presidencial, siempre en el PARM. Fue tan cínico que en sus memorias nos cuenta cómo iba a recibir instrucciones de los diferentes secretarios de gobernación en turno, para luego pasar a cobrar sus sobres amarillos a la oficialía mayor. El trabajo de Guerra Leal era dividir los votos de la oposición, así como asumir ante los medios de comunicación el papel de un áspero crítico del gobierno y de “la vieja política”. En realidad, su encomienda era espiar a los otros legisladores de oposición y contarle todo a SEGOB. Así lo platica él en su libro, no estoy especulando. Había directrices muy claras, Guerra Leal podía criticar a todos, secretarios, gobernadores, diputados, senadores, al presidente del partido, menos al presidente de México. Esas críticas eran funcionales al presidente en turno, según explica el autor, pues le servían para dos cosas: primero aparentar que en México había libertad de expresión y segundo golpear a los priistas que se estuvieran saliendo del redil oficial.
¿Por qué Mario Guerra Leal cuenta todos estos detalles con lujo de cinismo? Porque escribió el libro desde la cárcel. Después de ser candidato presidencial, se le ocurrió exigirle al presidente de México que lo hicieran gobernador de su estado natal. Su soberbia llegó a tal punto que amenazó al presidente alegando que, si no lo hacían gobernador, le contaría a los medios de comunicación toda la verdad sobre su papel de esquirol y las sucias mañas del priismo echeverrista. Ante su temeridad, al día siguiente amaneció en la cárcel. Ahí escribió el libro, en el cual se dedica a denostar a quienes idearon toda la pantomima de la “nueva política” desde el gobierno.
Pocas cosas me avergüenzan tanto de mi generación como su ingenuidad política y su ignorancia de la historia. Primero le creyeron a López Obrador, pero luego se quejaron de que los engañó. Después le creyeron a “la nueva política”, a pesar de las advertencias de Enrique Alfaro. Y así, cual intelectuales de la izquierda mexicana, enamorados de utopías peligrosísimas, seguirán cayendo presas de nuevos demagogos, dictadores y vendedores de ilusiones año tras año. Es preciso decir que, en medio de tanta podredumbre, Luis Donaldo Colosio habló con sensatez. El tiempo pone a cada cuál en su lugar.
