Pablo Majluf es conocido como el más agudo de la nueva generación de analistas políticos mexicanos. Es uno de los pocos comentaristas que se atreve a reivindicar el liberalismo como base de una democracia sana y a desmentir en televisión todas y cada una de las falacias demagógicas del populismo nacional e internacional. Recientemente incursionó en un terreno nuevo, a saber, la literatura narrativa, con la novela Noche violeta.
1. ¿Cómo se vive el paso del ensayo político a la narración literaria? ¿Cuáles son las exigencias de arranque para transitar de uno a otra?
En la ficción siguen siendo más importantes las formas que el contenido. Pero el delirio en que entró el mundo desde hace unos años, donde la realidad parecía superar a la ficción, hizo que la incursión fuera si no más fácil, más natural, porque los ensayistas y periodistas nos acostumbramos a escribir historias verdaderamente novelescas, incluso de fantasía y ciencia ficción. Tuvimos que empezar a emplear figuras literarias –como la metáfora, la hipérbole, la metonimia, no digamos la ironía y el oxímoron– para explicar mejor el mundo.
2. ¿Cuáles son las principales influencias literarias que reconoces como escritor al incursionar en la novela?
Precisamente el espectro que se forma desde el periodismo narrativo de un lado, y la literatura policíaca del otro. Supongo que ahí habría que meter a Joseph Mitchell y Norman Mailer en el primer extremo, y a James Ellroy del otro. Eso en cuanto al contenido. Pero en cuanto a la forma, me gustan mucho los autores que nunca se confiesan, que no son demasiado explícitos, tal vez Javier Marías ha sido una fuerte influencia recientemente. Y también me gustan los desgraciados, como Houellebecq. Varios lectores también han identificado algo de Poe, eso se lo dejo a ellos.
3. Tu libro es una suerte de mezcla de géneros, a caballo entre la literatura policíaca, la ciencia ficción y tal vez otros. ¿Se trató de una determinación previa del autor o simplemente la escritura te llevó por esos caminos?
Exactamente, ahí coincidimos entre literatura policíaca y algo romántico del siglo XIX.
No, para nada. Todo fue involuntario. Me gustaría poder tener el cincel tan dominado como para poder elegir previamente el mejor vehículo. Pero no. En mi caso es más bien ir probando en el inicio a ver qué tono es adecuado para la atmósfera que ya imaginé. Hago cortes de caja muy temprano y si no funciona, vuelvo a empezar. Esta novelita creo que la empecé unas 5-6 veces, hasta conseguir el tono.
4. Es inevitable advertir un tono sombrío y desalentador en la narración. ¿Es reflejo del estado anímico del escritor por lo que estamos viviendo o simplemente una condición propia de la atmósfera del relato?
Fíjate, parece que me adelanto a tus preguntas. Precisamente a eso me refiero. Ese tono que es muy evidente –yo diría que incluso es un personaje en la novela, uno de los elementos más importantes–, tenía que ser el correcto. Pero fue prueba y error al inicio, hasta encontrarlo. En ese sentido lo siento auténtico. Pero nada que ver conmigo: la novela no es en ningún sentido autobiográfica, ni el tono. No soy nada lúgubre, al revés. Eso también me tiene algo satisfecho porque podríamos decir que es una ficción más pura.
5. ¿Con qué autores contemporáneos te identificas o te gustaría que te emparentaran?
Confieso que casi no leo contemporáneos. Tal vez por eso escribo cosas viejas, o pasadas de moda. Me falta tanto de la literatura universal que voy muy atrasado. No he leído a los poetas romanos, por ejemplo. Ni a la mayoría de barrocos hispanoamericanos, pues me eduqué en Estados Unidos. No he leído a muchos románticos franceses. Entonces hay que discriminar. Pero bueno, Javier Marías ha sido fundamental, sobre todo para aquello del tono. También Houellebecq. Y en ensayo, Hitchens acaba de morir pero diría que fue el más importante. Ahora, sobre gente de mi edad estoy perdido, no tengo ni idea.
6. ¿Cuánto tiempo tomó la escritura de esta novela y te interesa continuar la experiencia escribiendo otras o tu próximo libro será un regreso al ensayo político?
Me tardé dos años en escribir, uno en editar y otro en publicar. Así de chiquito como lo ves, tomó cuatro años. Lo principal fue encontrar ese tono que decías. Sí, ya empecé otra, pero acabo de tirarla a la basura por lo mismo: no hallé el tono, tengo que volver a empezar. Una vez hallado ese tono, ya me voy de corrido. Estoy intentando una novela en los tiempos de Obrador, pero no sobre él. El tono es un gran problema porque son tiempos muy vulgares, de gente muy fea; es perfecto para el humor de Ibargüengoitia, pero no es lo mío, o mejor dicho no quiero irme por ese caminito trillado. A ver qué sale.
7. En el siglo XIX, escritores como Víctor Hugo reconocieron la influencia de la ópera en sus novelas. En el siglo XX, infinidad de autores reconocieron cierta impronta del cine sobre sus narraciones. En el siglo XXI ¿impactó la redacción de tu novela el modelo narrativo de las series de televisión o algún producto mediático?
Sin duda, el cine fue crucial para encontrar ese tono. Te diría que incluso más que la literatura. Me cautivan esas atmósferas insondables, misteriosas, donde parece esconderse un filamento que mueve todo. Hablando de hilos, el Hilo fantasma de PT Anderson, por ejemplo. O Luna Amarga de Polanski. Y Ojos bien cerrados de Kubrick. En todas ellas hay algo atrás que nunca se confiesa pero que mueve todo.
8. ¿Es posible incursionar en la literatura en el siglo XXI sin ceder a las presiones políticamente correctas de lo que Harold Bloom llamó la escuela del resentimiento y sus acólitos wokes?
No sólo es posible, es necesario. Hay que recuperar a Wilde. El arte por el arte. El arte es bello o feo, independientemente de su mensaje moral. El arte es estético. Una obra está bien hecha o mal hecha, sin importar si el personaje es negro, blanco, gordo o flaco; o si hay 15% de filipinos en la producción; o si al final mueren todos los tzotziles, o si el hombre mata a la mujer villana. Esto es así porque la ficción se debe sostener sola en su propia verosimilitud. Cualquier ficción funciona mientras se sostenga en su propio universo narrativo. Cuando es forzada a propósitos políticos y moralinos, ha habido una perversión de la ficción y ésta fracasa como tal.