“No tenemos aliados eternos ni enemigos perpetuos. Nuestros intereses sí son eternos y perpetuos. Nuestro deber es seguir esos intereses” manifestó Lord Palmerston, Ministro de Asuntos Exteriores del Reino Unido, en su discurso a la Cámara de los Comunes el primero de marzo de 1848. Numerosos estudiosos de la geopolítica en el mundo han adoptado esta premisa como base para entender las relaciones internacionales. Por algún motivo, en México seguimos pensando que en la política internacional existe la amistad.
Una y otra vez desde la llamada transición a la democracia, los presidentes de México han creído disponer de una relación única con el gobierno estadounidense. Cada cual se siente más especial que el anterior y se imagina receptor de atenciones excepcionales de la súper potencia. Vicente Fox alardeaba de su amistad con George Bush hijo, al grado de prometer una supuesta reforma migratoria que jamás se concretó. Margarita Zavala presumía su cercanía con la esposa de Obama en una revista del corazón pese a la Operación Rápido y Furioso del gobierno de Obama contra la administración de Felipe Calderón. “La Michelle que yo conozco” clamaba orgullosa en el titular de Quién. Recientemente, Genaro García Luna fue arrestado en Estados Unidos y quedó desacreditada la política de seguridad calderonista. La administración Peña Nieto se ufanaba de su proximidad con el gobierno de Trump por la relación de Luis Videgaray con Jared Kushner, a quien condecoró pese a los numerosos maltratos de Trump a México.
Entrevistado por la revista Proceso el año pasado, el Subsecretario Seade presumía su amistad con Robert Lighthizer. En estos días, el Subsecretario manifestó su sorpresa y desconcierto ante la iniciativa de ley presentada en la Cámara de Representantes de Estados Unidos que pretende imponer cinco supervisores a la ley laboral mexicana. Hoy, el subsecretario alega que semejantes disposiciones no estaban incluidas en el protocolo modificatorio del T-MEC. La razón puede estar de parte de Seade, pero la evidencia histórica indica que jamás una potencia le ha dado trato de iguales, mucho menos de amigos, a un país con menores recursos.
En condiciones regulares, ser vecino de una potencia es difícil, pero resulta complicadísima la vecindad con una súper potencia para un país en vías de desarrollo. En los intercambios diplomáticos, las relaciones personales resultan fundamentales, pero por buenas que sean, son insuficientes para modificar la asimetría de poder. Ningún finés considera que con una buena relación entre su gobierno y los funcionarios de Putin, basta para garantizar la seguridad estratégica de Finlandia, o un trato permanentemente respetuoso por parte de Rusia.
Mario Ojeda (1927-2013), fundador de la disciplina de las relaciones internacionales en nuestro país, embajador de México ante la UNESCO y ex presidente del Colegio de México, aceptaba comer con estudiantes al final de su vida. En una comida refería cuánto lo entusiasmó formar parte del equipo de asesores del Presidente Salinas durante la negociación original del TLCAN. Ojeda se decía esperanzado de que el TLCAN cambiara algunos factores estructurales en la relación entre México y Estados Unidos. Años más tarde, Ojeda, decepcionado, se percató que Estados Unidos seguía buscando mecanismos para pasar por alto lo convenido, como en el caso del bloqueo a la importación de atún mexicano. “La escuela realista de las relaciones internacionales no perdió su vigencia” decía Ojeda. “Nunca renunciemos a cultivar una buena relación con Estados Unidos, pero al final, cada estado verá por sus propios intereses” concluía el profesor. Deberíamos tener presentes sus reflexiones acerca de este punto, particularmente en la era Trump.