En los últimos días fue perceptible el disgusto creciente de los integrantes del otrora Frente Amplio, rebautizado haciendo gala de cursilería como “Coalición Fuerza y Corazón por México.” Conforme se multiplican los artículos críticos de la campaña de la ingeniera Gálvez, sus allegados resienten y restringen más la disposición dialogante. Interpretan como traición lo que no es sino desesperación de votantes opositores que anhelaban ver y quizá sumarse a una campaña profesional. Campaña que no existió. Fuera de los mismos intelectuales que juraban que ganarían Ricardo Anaya o Alejandra del Moral, no quedan observadores serios que le concedan posibilidades reales de victoria a Xóchitl. Las calificadoras financieras, el cuerpo diplomático acreditado en la Ciudad de México y medios internacionales como la revista The Economist ya trazan sus planes y análisis para los próximos años calculando la victoria de Sheinbaum. La moneda sigue en el aire respecto al Congreso.
La ingeniera anunció con bombo y platillo responsables de campaña para Derechos Humanos, Cultura y Europa, temas todos ellos absolutamente intrascendentes para el elector promedio. Por otro lado, nadie sabe por qué hay un responsable de Europa y no uno para Estados Unidos, relación infinitamente más importante para México. No es lo mismo un equipo de campaña que un equipo de gobierno y éstos parecen nombramientos para un gabinete gubernamental. Tenemos eruditos y académicos responsables de mesas temáticas en políticas públicas, pero no hay responsables de cosas tan elementales como la logística y las giras para evitar que se vuelva a descomponer el teleprompter. En lo referente a la campaña, no sabemos quién o quiénes son responsables de la recaudación de fondos (figuras esenciales en toda campaña profesional), la relación con gobernadores de oposición, el enlace con candidatos a diputados, senadores y/o legisladores locales. No hay un enlace oficial con las iglesias y grupos religiosos, con las grandes cámaras empresariales, sindicatos u otros grupos sociales. No hay un responsable de reclutar voluntarios para volantear y tocar puertas. A pesar de ser ingeniera, la candidata presidencial no ha designado públicamente un equipo profesional para el manejo de sus redes sociales, capaz de competir contra Mariana Rodríguez, auténtica experta en ese medio que podría desplazar a Gálvez al tercer lugar.
Nadie en este país habla de la necesidad de ciudadanizar la medicina, la ingeniería o la astronomía, pero todos creen que debe ciudadanizarse la política. La sociedad civil cree que cualquiera, sin ninguna formación previa, está calificado para hacer política. La política es una actividad profesional, y la conducción de la vida pública de un país no puede dejarse en manos de la improvisación “ciudadana.” Como decía un amigo, en los últimos años hemos escuchado pura demagogia. La izquierda dice que la política la debe hacer el pueblo, y la derecha dice que la política la deben hacer los ciudadanos. Por algún motivo a nadie se le ocurre que la política la deben hacer los políticos. Y la única escuela de políticos (que no de servidores públicos) inventada por el hombre son los partidos. El gobierno de las propias emociones, la conciliación, la negociación y hasta la amenaza no son cualidades generalizadas. Para eso hay políticos. ¿Dónde y cómo terminaron los patéticos héroes de la sociedad civil, los candidatos ciudadanos como Kumamoto? “Fuera los partidos”, “fuera los políticos profesionales”, clamaban con ardor. Ahí están las consecuencias de la “ciudadanización”, una candidata presidencial que ni siquiera tiene a la mano una copia impresa de sus discursos y no sabe qué hacer si se apaga el teleprompter. Mientras la oposición siga improvisando sus campañas con “ciudadanos”, el obradorismo seguirá sonriendo.