Las democracias más pobladas de la Tierra son gobernadas en la actualidad por figuras asociadas con el populismo. Donald Trump (Estados Unidos), Narendra Modi (India), Joko Widodo (Indonesia) y Jair Bolsonaro (Brasil). La lista crece y produce una tendencia internacional que merece una reflexión más amplia. Boris Johnson (Reino Unido), Vladimir Putin (Rusia), Recep Tayyip Erdogan (Turquía), Viktor Orbán (Hungría), Rodrigo Duterte (Filipinas), Nicolás Maduro (Venezuela) y Daniel Ortega (Nicaragua) ilustran el mismo fenómeno en otras latitudes.

En un estudio del año pasado, Yascha Mounk y Jordan Kyle analizaron 46 gobiernos populistas en 33 democracias entre 1990 y 2018. El estudio puede consultarse aquí (https://institute.global/insight/renewing-centre/populist-harm-democracy). Entre los principales hallazgos destacan los siguientes. Primero, los gobiernos populistas tienden a duplicar en duración a otros gobiernos democráticos convencionales. Segundo, 66% de los políticos populistas solamente dejan el gobierno después de un juicio de destitución, que la presión social los obliga a renunciar o simplemente no abandonan el poder. Tercero, más del 50% de los gobiernos populistas reescriben la constitución para extender su período de gobierno (ampliación de mandato) y eliminar contrapesos legales. Éstos y otros descubrimientos como la propensión de los gobernantes populistas a centralizar el poder, incrementar la corrupción por licitaciones directas y su incapacidad para generar riqueza y crecimiento económico, exponen los desafíos de la democracia.

La consolidación de estos gobiernos en el poder se produce casi de manera insensible para sus ciudadanos, pues empiezan por atacar figuras legales cuyo funcionamiento es difícil de comprender. Figuras que no se aprecian en la vida cotidiana cuando uno se gana el pan. Son gobiernos que empiezan por debilitar o tomar por asalto al poder judicial y al órgano electoral, o limitando el acceso de los políticos de oposición a los medios de comunicación. El ciudadano de a pie no se da cuenta de la instalación de tendencias autocráticas porque estos gobiernos no empiezan por acosarlo o perseguirlo a él y su familia. No obstante, al final todos los gobiernos populistas terminan por hacer eso y/o agredir minorías.

En otro artículo publicado este año, Yascha Mounk teje más fino sobre su propio análisis. Es preciso distinguir entre distintos tipos de populismo. No debe confundirse el populismo con las dictaduras totalitarias como Cuba o Corea del Norte. Tampoco son iguales las autocracias férreas como la de Maduro en Venezuela donde la oposición electoral se ha vuelto irrelevante, que los “regímenes de autoritarismo competitivo” como el de Modi en India o Erdogan en Turquía, donde la oposición todavía tiene posibilidades (aunque en condiciones muy desiguales) de ganar una elección. Estados Unidos y el Reino Unido siguen siendo democracias consolidadas, donde a pesar de tener un gobernante populista, la oposición mantiene una presencia fuerte y goza de una significativa probabilidad de ganar la siguiente elección.

Hace unos años, los arrogantes especialistas en transiciones democráticas presumían que habíamos llegado al paraíso. La victoria de la democracia liberal era irreversible y solo quedaba acelerarla. Así como la crisis financiera de 2008 evidenció el fracaso de la “ciencia económica”, la evolución internacional exhibe el fiasco rotundo de la “ciencia política.” Todos sus pronósticos fallaron. Ahora necesitamos más estudios sobre la desconsolidación democrática, cómo y porqué surgen los populismos, porqué gobiernan tantos países, porqué algunos caen y otros permanecen en el poder. De la respuesta depende el futuro de la democracia en México y en el mundo.

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