La elección presidencial de 1988 le dejó a México un sistema político muy tenso. La izquierda partidista, electoralmente competitiva por primera vez en la historia, denunciaba fraude y exigía una reforma electoral profunda. Los legisladores priistas, aunque mayoritarios, estaban acorralados en los debates, mal vistos por la prensa y desprovistos de ideas. En ese momento entra, por la puerta grande de la Historia Patria, José Luis Lamadrid Sauza, mejor conocido como “el maestro Lama.” Parlamentario profesional y tribuno excepcional, fue varias veces diputado y senador. Constitucionalista de primera, había sido subsecretario de gobernación en la legendaria SEGOB de Jesús Reyes Heroles y artífice jurídico de la histórica reforma política de 1977.
Acompañado de su inseparable puro y su cultura enciclopédica, en medio de la turbulencia política del país, el maestro Lama les anunció a sus colegas legisladores que se ausentaría unos días de la Cámara para leer y reflexionar. “Viejo huevón” decían unos diputados desde la mezquindad del tacticismo. “Se la pasa leyendo y nunca interviene en nada práctico” rebuznaban otros. Días más tarde, el maestro Lama regresó a la Cámara con porte sereno y continente afable. “Tengo una idea” le confesó al preocupadísimo director general de gobierno de la Secretaría de Gobernación. Desde la autoridad del catedrático con método socrático, José Luis Lamadrid empezó su disertación “Licenciado Núñez, la oposición nos reprocha la falta de una autoridad electoral imparcial. ¿Cuál es el modelo jurídico de imparcialidad más sólido que ha construido la humanidad?” Arturo Núñez le contestó “la magistratura, licenciado…”.
Lamadrid siguió su perorata “En efecto y ¿cuáles son las características de la magistratura?” Imparcialidad, autonomía, prestigio ético, profesionalismo verificable mediante servicio civil de carrera, inamovilidad, contestó Núñez empezando a intuir hacia dónde iba el maestro Lama. “¿Entonces qué necesitamos en nuestra nueva autoridad electoral? Yo diría que las mismas características, ¿no cree usted que nos vendría bien una institución electoral permanente?”. Núñez le respondió preocupado “pero maestro Lama, ¿sabe usted lo que nos costaría eso?” La democracia no es barata licenciado, pero es más cara la desconfianza, afirmó sonriendo José Luis Lamadrid. “Además, ¿no nos reprocha la oposición que los funcionarios electorales son mapaches que solo aparecen cada tres años y luego desaparecen? Requerimos un servicio profesional electoral de tiempo completo cuyo desempeño esté sujeto a escrutinio público permanente. Necesitamos autoridades de acreditada solvencia profesional en la materia electoral y respetadas por la ciudadanía.” En una sola conversación, José Luis Lamadrid había delineado los componentes jurídicos de una nueva institución que luego se sentó a diseñar junto con los legisladores de oposición: el Instituto Federal Electoral, hoy llamado INE.
No todos los políticos en la historia de México fueron destructores irracionales. Hubo estadistas constructores de instituciones a quienes no hemos reivindicado. Entre esos constructores hubo muchos priistas. El PRI de nuestros días ya traicionó los principios civilistas y antimilitaristas que le dieron origen. Los diputados del partido que hizo a México diferente del resto de América Latina al sacar a los generales de la vida pública votaron por la militarización oficialista. Pronto sabremos cómo votarán la iniciativa de reforma electoral del gobierno. Sería deseable que antes de morir como partido, eviten traicionar también su vocación constructora de instituciones y la herencia de figuras de la talla de José Luis Lamadrid. Por cierto, un jovencísimo aspirante a político acompañaba como asistente, asesor y lo que se le ofreciera al maestro Lama. Se llamaba Ricardo Monreal. Ojalá él se acuerde de su maestro y tampoco traicione el legado de su admirable mentor. Cuando discutan la reforma electoral, piense en el maestro Lama, senador Monreal. Lo está viendo desde su pedestal.
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