Hace un par de años se publicó el libro The Long Game: China´s Grand Strategy to Displace American Order de Rush Doshi. El autor, en aquel tiempo académico de Brookings Institution y hoy director de asuntos chinos en el National Security Council de Estados Unidos, describe la muy paciente planeación estratégica del gobierno chino para desplazar a Estados Unidos de su posición de liderazgo mundial. Una estrategia que incluye componentes financieros, políticos, diplomáticos, propagandísticos, mediáticos y, desde luego, militares. El libro es una obra maestra no solo para el entendimiento de la política mundial, sino un análisis notable de cómo se diseñan políticas públicas en el gigante asiático. Doshi explica el diagnóstico chino sobre las coyunturas políticas norteamericanas y en función de ello, la puesta en marcha de medidas para contrarrestar el poderío estadounidense. Más importante aún, las tácticas chinas para minar decisivamente el orden mundial liberal construido a partir del final de la segunda guerra mundial. Lo que Doshi denunciaba era que Estados Unidos y Occidente en general no tenían una estrategia correspondiente para enfrentar la amenaza de una coalición internacional de gobiernos autoritarios y dictaduras que buscan destruir la democracia liberal en el planeta. Cuando el libro apareció, numerosos analistas dijeron que se trataba de una exageración propagandística de un autor que buscaba agudizar la tensión entre China y Estados Unidos. “Warmongering” le llamaron, algo así como belicista.
Hace un par de días, The Kyiv Independent reveló que China está suministrando armas a Rusia. Esta semana el Financial Times en un extenso reportaje de su sección The Big Read titulado “China´s blueprint for an alternative world order” detalla los esfuerzos diplomáticos chinos por desplazar a Estados Unidos en los foros multilaterales y consolidar la supremacía de los gobiernos autoritarios. Nunca cita a Doshi pero es asombrosa la coincidencia de componentes analizados. Desde el Consejo de Seguridad de la ONU y el G20, pasando por los BRICS, hasta espacios directamente creados por el gobierno chino para ganarse las simpatías de los países en vías de desarrollo: Global Development Initiative (desarrollo y préstamos), Global Security Initiative (propuestas de negociación para la paz) y la muy conocida Belt and Road Initiative (inversión masiva en infraestructura del tercer mundo para transportar bienes chinos). Es decir que a la par que busca desplazar a Estados Unidos en los foros internacionales creados por países occidentales, China empieza a construir sus propias instituciones “multilaterales.” En el léxico chino, multilateral significa toda aquella iniciativa internacional que debilite a Estados Unidos mediante la obtención del voto explícito o el apoyo implícito de los países subdesarrollados. No es ninguna sorpresa que quienes más felizmente respaldan estos esfuerzos son los liderazgos autoritarios a quienes China no les exige ninguna cláusula democrática para obtener sus préstamos. Históricamente, México ha sido un protagonista de los foros multilaterales. Todo lo antedicho quiere decir que ahora nuestro país no podrá simplemente enfocar sus esfuerzos a la obtención de recursos para el desarrollo y la defensa del derecho internacional, sino que deberá escoger bando en la disputa que se dará en estos foros. Parecería lógico que en aras de obtener los beneficios del famoso nearshoring, México se alinearía con Estados Unidos. No obstante, usted sabe que nuestra izquierda es tan primitiva que le gusta todo lo que dañe a los norteamericanos por el mero hecho de sentir que está combatiendo al imperio. Estados Unidos y Occidente en general ya tienen una estrategia frente al desafío chino. ¿En qué consistirá la estrategia mexicana? Ojalá se lo pregunten a Beatriz Paredes y Xóchitl Gálvez el jueves en el foro de política exterior del Frente Amplio por México. Está en juego el sistema internacional que garantiza la libertad humana.