Beatriz Paredes parece un caso representativo de una figura política que goza de una imagen positiva entre la población, pero su partido político le quita muchísimo más de lo que le aporta. Bastó una declaración sobre sus aspiraciones presidenciales y la aparición en un puñado de entrevistas bien seleccionadas para eclipsar a los otros aspirantes priistas, a quienes de por sí, nadie tomaba en serio. Otro aspecto en el que Paredes resulta representativa de la época es que pareciera una política cuyo mejor momento ya pasó y cuya carrera muchos dábamos por concluida. No obstante, el electorado de nuestro tiempo, sobre todo el joven, parece sintonizar muy bien con los políticos entrados en años, aquí y en otros países. Bernie Sanders, Donald Trump, Liz Warren, Nancy Pelosi o el mismo Joe Biden (todos ellos por arriba de los setenta años) representan mejor las aspiraciones electorales de las nuevas generaciones a izquierdas o derechas que sus propios contemporáneos.

Esto se debe, en gran medida, al fracaso y la farsa mercadológica de “la nueva política” o de las “caras jóvenes” en cualquiera de sus presentaciones. Las generaciones jóvenes están aprendiendo a la mala que verse guapos, cantar, bailar, acariciar mascotas, presumir tatuajes o consumo de drogas y hacer piruetas en las redes sociales no sirve para ofrecer una gestión de gobierno eficaz. Una y otra vez, los así llamados políticos jóvenes no nada más decepcionan, sino que defraudan y terminan portándose con inmadurez y frivolidad. El fenómeno que el profesor Rafael Segovia acertadamente describía en su libro La política como espectáculo ha llegado en México a extremos alucinantes. Dante Delgado, dirigente de Movimiento Ciudadano calificó a la influencer Mariana Rodríguez como uno de los principales activos de su partido. Dante Delgado no miente ni exagera, así sucede cuando los partidos políticos desechan completamente los principios y sí, la ideología, a cambio de las estrategias de marketing. Pobres de los ilusos que votaron y seguirán votando por estas figuras y por quienes las toman como referente. Otra vez no podía saberse. En contraste, una figura como Beatriz Paredes acredita, cuando menos, una larguísima y fructífera experiencia. Diputada, senadora, gobernadora, subsecretaria de Gobernación, embajadora, dirigente nacional de su partido y presidenta de la Cámara de Diputados. Es una oradora, negociadora y en suma, una tribuna reconocida entre diferentes partidos políticos por la defensa de causas progresistas. Con todo, esa misma experiencia y colmillo obligan a mantener ciertas reservas. Surgen muchas preguntas ¿Qué tal si el tiro de “buscar la candidatura presidencial” es solo una estrategia suya para garantizar que le repartan nuevamente un lugar en la lista de diputaciones o senadurías plurinominales en 2024? ¿Quiere distraer la atención de los escándalos del dirigente nacional del PRI? ¿Por qué se esperó hasta ahora Beatriz Paredes para manifestar sus aspiraciones presidenciales? No es el mejor momento de su partido, de su carrera, ni de su salud, algo no cuadra. ¿Empezará a recorrer el país y formar grupos de apoyo en todas las regiones o solamente se trata de una manera de alzar la voz para ser tomada en cuenta por las elites?

Falta mucho por conocer de las aspiraciones de Paredes: sus eventuales propuestas de gobierno, planteamientos ideológicos, prioridades de campaña, los equipos y personalidades que le apoyan. Después de la detención del exprocurador Murillo Karam, debe quedar claro que los gobernadores priistas regalarán a Morena el Estado de México y Coahuila. ¿Cómo podría entonces Paredes encabezar una alianza si después del verano 2023 su partido prácticamente ya no existirá en ningún estado? De sus respuestas o ausencia de ellas sabremos si su apuesta presidencial es seria o una maniobra para otra cosa.

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