Mark Twain, grandísimo escritor estadounidense, es recordado por sus novelas Las aventuras de Tom Sawyer y su secuela Las aventuras de Huckleberry Finn. No obstante, otra de sus novelas, Un yanqui en la corte del rey Arturo, es una sátira de ciencia ficción en la que Hank, el operador de una fábrica en Connecticut durante el siglo XIX es trasladado a la Inglaterra de las leyendas artúricas.
El libro se burla de la superstición y la ignorancia del pueblo británico en el medievo, capaz de tragarse el cuento de hechiceros, ogros, gigantes, hadas, espadas mágicas y otras leyendas. Lo más interesante, sin embargo, son sus diálogos con la élite nobiliaria de la corte del rey Arturo: caballeros, princesas, etcétera. Todos insisten en que la esclavitud, el vasallaje, las leyes injustas y los maltratos de los que hacen objeto a la población son culpa de ésta, pues no se encuentra lista para gobernarse a sí misma.
De acuerdo con los nobles de la corte, si las leyes fiscales, los jueces o la administración de justicia están en contra de los más pobres, en realidad éstos se lo merecen pues no sabrían manejarse de otra manera. Hay monarquía porque el pueblo no tiene capacidad de discernimiento político, le dicen desde el rey Arturo hasta sus palafreneros menores a Hank. El pueblo necesita un rey sabio que lo guíe porque ni siquiera podría organizarse de otra manera.
Hank tiene dudas y piensa en la república norteamericana del siglo XIX de la que él es originario. Nada menos que el pueblo británico “no está capacitado para vivir en una república como la romana ni en una democracia como la griega” le dice muy seguro de sí mismo el rey Arturo a Hank. Hank se da cuenta de que es el mismo argumento de los oligarcas estadounidenses de su tiempo y de todos los despotismos en todas las épocas. De modo que empieza a organizar a la gente en las villas con nuevas costumbres.
En la novela, Hank no nada más establece escuelas nuevas para educar a la gente, sino que poco a poco les va infundiendo ideas de autogobierno y propuestas contrarias a la monarquía. La gente empieza a exigir derechos y dignidad. En algún punto, Hank invita al rey a disfrazarse de pobre para recorrer sus dominios y una vez disfrazados ambos personajes, los captura un vendedor de esclavos. Al rey Arturo lo venden baratísimo, pues sin la ropa cara se parece a cualquier otro pordiosero. Solo entonces el rey Arturo empieza a reflexionar sobre la necesidad de un trato digno para todos los seres humanos y considera la abolición de la esclavitud. Únicamente cuando la propia elite empieza a sentir las cadenas de la opresión, se da cuenta de que ésta no es conveniente para nadie.
Tanto en Estados Unidos como en Inglaterra, las elites dominantes afirman que la gente del pueblo no es apta para vivir en libertad, piensa Hank. Mientras tanto, Hank forma un bando opositor al status quo que considera que la gente, si tiene la oportunidad de educarse, será la primera en defender su libertad.
Pienso en esta novela mientras veo el debate parlamentario (es un decir) sobre la reforma judicial mexicana.
En mi país todo está al revés. No es el gobierno, sino la oposición la que maldice al pueblo. “Disfruten lo votado”, gritan los representantes de una oposición cada vez más estúpida y bestializada por la derrota. “Los mexicanos no tienen una cultura liberal ni democrática, votaron para ser esclavos”, dicen los autodenominados intelectuales sin pudor alguno.
Magnífica estrategia de persuasión a las mayorías. Síganlas insultando.
Más grave aún, ni siquiera se dan cuenta de su alucinante torpeza política. Se quejan de que el gobierno extorsione con carpetas de investigación a los legisladores de oposición, pero es que la oposición postuló candidatos que cargan enormes cuentas pendientes con la justicia. ¿A quién se le ocurrió?
Los dos senadores del PRD se fueron a Morena. Traidores, exclaman furiosos los panistas. ¿Alguien invitó a los perredistas a integrarse a la bancada del PAN o la del PRI? No. El PAN, con un cinismo fuera de serie, llama traidores a Yunes y su familia, pero los ha postulado a todos los cargos de México y sus alrededores. Marko Cortés hizo titular y suplente de una senaduría a padre e hijo. ¿De verdad les parece apropiado esto? A la nuera la hizo presidenta municipal. ¿No conocían los antecedentes éticos de estos personajes?
¿Con qué cara se podrá criticar el nepotismo presidencial si se hipotecaron los cargos de un estado completo a un cacicazgo familiar?
No estamos tan lejos de la Inglaterra de la corte del rey Arturo. México no se merecía este espectáculo tan degradante, muchos menos nuestros hijos y nietos.
Analista. @avila_raudel