Las filtraciones en la campaña de Xóchitl Gálvez están a la orden del día. Por algún motivo, todos los nombres filtrados corresponden a figuras que han fracasado como candidatos o como participantes en campañas ajenas. No queda claro por qué no se considera mejor a figuras con experiencias electoralmente exitosas, de las cuales hay varias entre los ex gobernadores del PAN y hasta en los restos del PRI que todavía no se van a Morena. Por su parte, la autodenominada sociedad civil se expone a una nueva humillación rogándole a Movimiento Ciudadano por enésima vez que se sume al FAM. Cada ruego exhibe la debilidad del Frente opositor, que implícitamente parece confesar que no puede ganar sin una fuerza como MC a cuyos militantes, por un lado, les suplica sumarse y por otro, los descalifica.
Lo anterior es anecdótico, pero lo verdaderamente trascendental es que todavía no se advierte una propuesta para el componente territorial. En México, el único partido con experiencia en el despliegue formal de campañas territoriales es el PRI. De ahí salieron los operadores electorales de lo que fue el PRD, posteriormente Morena y hasta de Movimiento Ciudadano como Enrique Alfaro. El PAN, partido de clases medias repelentes al contacto popular masivo, nunca desarrolló esa capacidad. Precisamente esta estructura, mejor dicho, la ausencia de ella, es lo más preocupante de la campaña de Xóchitl Gálvez. En la actualidad, Morena no nada más tiene a su favor a los viejos operadores rurales del PRI, sino estructuras adicionales formadas en la movilización marxista al estilo cubano. Recordemos los “médicos” que vinieron durante la pandemia. Ahí están los servidores de la nación participando como propagandistas del oficialismo puerta por puerta.
En 1992, el director de la campaña presidencial de Bill Clinton, James Carville, dijo que la campaña requería un “punto focal, una estrategia y un mapa como los de las campañas militares.” Esto llevó a la entonces esposa del candidato, Hillary Clinton, a bautizar el salón de reuniones de los planificadores de la campaña como war room (cuarto de guerra). El símil bélico no es fortuito, pues tanto las campañas militares como las electorales se tratan de conquistar y mantener territorios, de una lucha cuerpo a cuerpo entre militantes por convencer a los habitantes de cada zona de sumarse a un campo o al otro. En Estados Unidos y en Inglaterra esto se conoce como grassroots politics. Sería conveniente mandar gente de la campaña a estudiar estos esquemas. Uno de los más antiguos es el concebido por el sociólogo de la Universidad de Chicago Saul Alinsky, activista exitosísimo cuyo libro Rules for Radicals, se convirtió en un clásico. Alinsky formó una enorme cantidad de activistas y movimientos populares a favor de distintas causas. Esa escuela de activismo en la ciudad de Chicago, centrada en la lucha local, tuvo gran influencia sobre la formación política de Obama, y con esa metodología se preparó a los activistas que lo llevaron a la presidencia. El método se ha consolidado de tal manera a lo largo de las décadas, que hoy está institucionalizado en la IAF (Industrial Areas Foundation).
Otro método más novedoso y fresco, aunque no tiene la solidez intelectual del anterior, es el desarrollado por la activista afroamericana Stacey Abrams. Desde su organización Fair Fight ha formado innumerables activistas locales en favor de la educación cívica, ejercicio de derechos electorales y la movilización de votantes en las jornadas electorales como observadores para garantizar procesos electorales equitativos. Todas estas cosas harán falta frente a la embestida oficialista en las elecciones de 2024. A no dudarlo, este activismo y participación popular le resultan incómodos a muchos, que creen que “los ciudadanos” van a levantarse por iniciativa propia el día de la elección y llevarán a votar a sus familiares y amigos. No es así, en todo el mundo democrático existen maquinarias electorales y estructuras de movilización, se llaman partidos políticos. Si uno vive de descalificarlos, no tendrá instituciones capaces de contener el caudillismo y el populismo. En México los partidos, con excepción de Morena, han perdido hasta esas capacidades movilizadoras. Sin movilización popular profesional, no habrá manera de vencer la impresionante estructura morenista. En política, como decía Jesús Reyes Heroles, hay que aprender a lavarse las manos con agua sucia.