Raudel Ávila

El acuerdo entre China y la Unión Europea

06/01/2021 |01:40
Redacción El Universal
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Cada vez con mayor frecuencia, cuando uno dice Unión Europea, daría lo mismo decir Alemania. A pesar de la estridencia francesa, después del brexit, las grandes decisiones europeas se toman en Berlín. Así ocurrió con el rescate financiero durante la pandemia, así pasa en el acuerdo con Pekín. El 30 de diciembre de 2020, la Unión Europea firmó un acuerdo de inversión con China. El acuerdo le asegura acceso al mercado chino a empresas de salud, aseguradoras, pero, sobre todo, a la industria automotriz alemana. Según el Financial Times, Daimler anunció que entre enero y noviembre del 2020 vendió más vehículos de Mercedes a China que en todo 2019. A pesar de la pandemia, en 2020, Mercedes incrementó su producción en China de 560 mil unidades a 600 mil.

El partido verde de Alemania le pidió a Ángela Merkel que limite el acuerdo mientras no mejoren las condiciones de la minoría uigur en China. Algunos políticos manifestaron su desacuerdo por establecer reglas favorables a un país no democrático. Resulta risible (y trágico) que la Unión Europea siga fingiendo que defiende la democracia cuando no puede contener el avance del autoritarismo en Polonia ni en Hungría, o cuando no harán nada frente al fraude electoral de Lukashenko en Bielorrusia. La Unión Europea no es una agrupación de democracias, sino simplemente otro mercado común. Es impresionante, más no sorprendente, la desmesurada irrelevancia del resto de las naciones europeas frente a los intereses económicos de Alemania. Todo el cuento de Macron sobre unión de las democracias liberales contra los países autoritarios se viene abajo con este acuerdo.

Merkel sostiene el viejo argumento de que, a mayor intercambio comercial y diálogo político, será más fácil impulsar la liberalización china. El gobierno alemán presume que con este acuerdo se logrará que China acepte los lineamientos de la Organización Internacional del Trabajo en torno a los derechos de los trabajadores chinos. Esto no tiene fundamento alguno, no hay indicios de un sindicalismo libre en China. En realidad, se trata de realismo político duro para proteger los empleos generados por la industria automotriz en Alemania. Como señalan los teóricos realistas de las relaciones internacionales, los intereses de un estado pasan por encima de las convicciones ideológicas de su dirigente. Gideon Rachman recordaba que la presidenta de la comisión europea, Úrsula von der Leyen (ex ministra de defensa de Merkel) describe el trabajo de su comisión como “mensajes geopolíticos.” Pues bien, el destinatario del mensaje se llama Estados Unidos.

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Jake Sullivan, próximo asesor de seguridad nacional del presidente Joe Biden, manifestó su incomodidad y escribió en Twitter que la nueva administración estadounidense “daría la bienvenida a consultas tempranas con los socios europeos sobre las preocupaciones compartidas en torno a las prácticas económicas chinas.” Apenas un año después de la victoria de Trump, Ángela Merkel declaraba que Europa ya no podía depender de la súper potencia estadounidense. Muchos interpretan el acuerdo con China como un pronunciamiento alemán en el sentido de que no quiere participar en la nueva guerra fría entre Pekín y Washington. Otros afirman que con la salida de Merkel este año, el nuevo gobierno alemán podría asumir una posición más cercana a Estados Unidos. Falta conocer la reacción de la industria automotriz. Dependerá del peso que en la nueva coalición alemana tengan los partidos verde y socialdemócrata, tradicionalmente promotores de los derechos humanos. El mundo cambia a una velocidad asombrosa, pero está por verse la respuesta del nuevo gobierno estadounidense y su secretario de Estado Anthony Blinken, de marcadas inclinaciones francófilas. Mientras, las tensiones internacionales se agudizan.

@avila_raudel