Numerosos comentaristas subestiman las cualidades personales de Joe Biden, candidato demócrata a la Presidencia de Estados Unidos. Lo pintan aburrido, mal orador, desprovisto de carisma, no pertenece a una minoría victimizada ni se detiene a comer hamburguesas en una fonda con el pueblo. Les molesta que no sea Obama. En mi juventud solía sentirme atraído por el liderazgo de las figuras que llenan un lugar con su presencia. Los políticos obsesionados con aparecer en los medios de comunicación diariamente y dando la nota mediante su personalidad magnética. Los años me han enseñado a desconfiar de estos perfiles. La gente protagónica, necesitada de atención mediática, no suele dar buenos resultados en la gestión de gobierno. Ocultan una estructura emocional vulnerable que necesitan compensar con el visto bueno de sus seguidores en eventos masivos o likes en redes sociales. Soledad Loaeza, profesora emérita de El Colegio de México, advertía a sus estudiantes del peligro de hacer a un lado la razón y contagiarse de emociones colectivas en ceremonias en estadios, asambleas o mítines. Esos eventos constituían el instrumento fascista por excelencia, nos explicaba. Un prólogo a la incitación a la violencia.

Cada vez que los demócratas postulan un candidato presidencial les gusta medirlo con Franklin Delano Roosevelt o Kennedy. Exigen un candidato fotogénico, guapo, seductor de mujeres y multitudes, encantador e inmensamente popular. He aprendido, más bien, a apreciar el estilo discreto pero muy eficaz de un Harry Truman. Aparentemente gris, sin carisma, orador poco atractivo e inofensivo, así lo describían los periodistas de la época. Junto a Roosevelt, decían, su vicepresidente Truman se veía muy pequeño. No obstante, según su biógrafo David McCullough, Truman, uno de los pocos presidentes estadounidenses que no fue a la universidad, había leído completa la biblioteca de su pueblo natal y dominaba la historia romana. Poseía una concepción integral del papel de un imperio. Llegó a la presidencia como consecuencia de la muerte prematura de Roosevelt, pero con una velocidad asombrosa terminó de encabezar los esfuerzos aliados para conseguir la victoria en la Segunda Guerra Mundial. A quienes se burlaban de su timidez, entre ellos Stalin, les impuso respeto arrojando la bomba atómica sobre dos ciudades japonesas. Más importante aún, Truman es el constructor del sistema internacional moderno. Como reconoce su Secretario de Estado Dean Acheson en sus memorias, Truman, a quien llamó en la dedicatoria del libro “el capitán del corazón poderoso” fue el arquitecto de la OTAN, la ONU y el Plan Marshall para reconstruir Europa. Construyó el esquema de alianzas que le permitió a Estados Unidos ganar la guerra fría muchos años después. Cuando le tocó competir por la reelección, las encuestas anticiparon su derrota por ser tan poco fotogénico y falto de encantos personales. El día de su victoria en la reelección, simplemente salió ante las cámaras con “el jefe”, como le decía a su esposa, y sonrió presumiendo los periódicos que pronosticaron su derrota. La ciudadanía supo valorar los resultados del gobernante sobre sus vidas. Pocos estadistas del siglo XX tan visionarios como él.

Los verdaderos transformadores son fundadores de instituciones duraderas. No salen en televisión, tampoco se toman fotografías espectaculares ni son adorados por las masas, pero dejan la herencia perdurable de un mundo un poco más seguro para sus hijos y las generaciones venideras. En sus treinta y seis años como senador conciliador y negociador, y luego como vicepresidente de Estados Unidos, Biden, sereno, estableció importantes contactos con políticos y gobiernos de todo el mundo, que le servirían para poner al día el sistema internacional. Después de Trump, el planeta necesita ese perfil.

@avila_raudel

Google News

TEMAS RELACIONADOS