Ségolène Royal fue la primera mujer en ostentar la candidatura presidencial del Partido Socialista para la elección francesa de 2007. En sus memorias tituladas Ma plus belle histoire c´est vous, Royal destila veneno contra sus enemigos… del mismo Partido Socialista. Royal dedica más páginas a despotricar contra ellos que contra su oponente y candidato del centro derecha Nicolas Sarkozy, quien terminó por vencerla y convertirse en presidente de Francia. Royal arroja feroces acusaciones de misoginia contra los más famosos prohombres de la izquierda partidista francesa: Manuel Valls, Michel Rocard, Lionel Jospin y no se diga Dominique Strauss-Kahn, cuya carrera concluyó en medio de escándalos sexuales. Según el testimonio de Royal, todos ellos preferían la victoria de la derecha antes que verse superados en la historia de sus carreras partidistas por una mujer.
Este fin de semana, la alcaldesa socialista de Paris, Anne Hidalgo, anunció su intención de competir por la candidatura presidencial de Francia el año entrante. Su partido, el socialista, es hoy un triste recuerdo de lo que fue durante la presidencia de Mitterand allá en la década de 1980. Los socialistas franceses solamente alcanzaron 6% de los votos en la última elección presidencial de 2017, dado el desprestigio del entonces presidente Hollande. Eso facilitó la llegada al poder de un candidato supuestamente “outsider”, el actual presidente Emmanuel Macron, ex ministro del gobierno de Hollande, pero postulado por un partido político nuevo creado por él mismo. En la actualidad, la izquierda francesa está pulverizada en agrupaciones diversas, con algunas relativamente populares como la ultraizquierdista Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, o los ambientalistas del partido verde. Los sondeos preliminares sitúan a Anne Hidalgo, una socialdemócrata tradicional, con menos del 10% de intención de voto. A siete meses de la elección, la competencia se perfila entre el presidente Macron y la ultraderechista Marine Le Pen.
¿Por qué hablar entonces de Anne Hidalgo? Hija de migrantes españoles que huyeron de la dictadura franquista para exiliarse en Francia, Anne Hidalgo representa la promesa de movilidad social del liberalismo clásico. Fruto del republicanismo universalista francés, Hidalgo simboliza el éxito de una educación pública de calidad para impulsar a las minorías y los estratos más bajos hasta las posiciones más encumbradas de una democracia funcional. A diferencia de Macron, a quien el electorado percibe como un presidente muy competente pero intensamente privilegiado y alejado de la población, Hidalgo tiene suficientes rasgos de origen popular para volverse competitiva. Además, ha enfrentado exitosamente numerosas crisis durante su gestión. Desde los violentos ataques al periódico Charlie Hebdo, el atentado terrorista en París en noviembre de 2015, hasta el incendio de la catedral de Notre Dame. Fue anfitriona de la Cumbre del Clima que originó el Acuerdo de París y consiguió que los Juegos Olímpicos de 2024 tengan lugar en su ciudad. Le falta “olor a establo” (es desconocida en los distritos rurales de Francia), pero ha construido alianzas con el partido verde a fin de impulsar el uso exclusivo de automóviles eléctricos en la capital francesa.
Cuando el liberalismo atraviesa una de las crisis más severas de su historia, Hidalgo puede ser una figura que contribuya a devolverle prestigio y restaurar credibilidad a los partidos tradicionales. Interrogado sobre una posible candidatura de unidad en la izquierda encabezada por Hidalgo, el expresidente Hollande respondió “la unidad no produce poder, es el poder el que produce unidad.” Hidalgo enfrentaría entonces el machismo de los militantes socialistas descrito por Ségolène Royal, el discurso xenófobo, islamófobo y anti-migrante de la ultraderechista Marine Le Pen y las intenciones reeleccionistas del presidente Macron. ¿Imposible? Cosas veredes...