Cuando se escriba la historia de las primeras dos décadas del siglo XX, Ángela Merkel ocupará un lugar especialísimo entre los dirigentes políticos. Hace un par de semanas me referí a la pobreza del liderazgo desplegado por Donald Trump y Boris Johnson en la conducción de Estados Unidos y el Reino Unido.
A diferencia de Trump y Johnson, obsesionados con la popularidad mediática y los arrebatos demagógicos insustanciales, Merkel representa, en palabras del Financial Times, estabilidad y madurez. “El único adulto en la sala” la describe The Economist. Estadista de talla internacional, Merkel es una política profesional por los cuatro costados. De sólida formación técnica, Merkel es doctora en química cuántica. Es decir, toma decisiones políticas, pero considerando seriamente los criterios científicos. En una época en que el nacionalismo se ufana de su desconexión con el planeta, la Merkel es trilingüe (habla inglés, alemán y ruso).
Merkel creció bajo el yugo del comunismo totalitario en la República Democrática Alemana, de ahí que valore y defienda como nadie las libertades políticas occidentales. El mentor de Merkel fue nada menos que Helmut Kohl, artífice de la reunificación alemana. No obstante, ella se distanció de su protector cuando se difundieron los escándalos de corrupción que embarraron a su partido sin que Kohl hiciera nada para detenerlos. Merkel conoce los entresijos de la vida partidista nacional, no en balde dirigió la Unión Demócrata Cristiana 18 años. Del otro lado, su experiencia internacional es impresionante, ha presidido el G8 y el Consejo Europeo.
A Merkel le ha tocado sortear la crisis financiera del 2008, rescatar económicamente a la Unión Europea y lidiar con la crisis humanitaria de los refugiados sirios. Desde luego, por estar al frente de su país desde 2005 claro que hay aspectos criticables. No obstante, en términos generales el balance de su gestión es francamente positivo. Alemania se ha consolidado como la cabeza indiscutible de la Unión Europea y una potencia regional con interlocución real en los espacios de poder más importantes del mundo. Internamente logró la reforma del sistema de salud pública alemán para convertirlo en el mejor y de cobertura más amplia entre todos los países occidentales, a la par que mantuvo las finanzas sanas y el equilibrio macroeconómico.
Además, el semanario Der Spiegel reveló la semana pasada que el gobierno alemán tiene un plan de acción preparado para cada escenario, ya sea que el PIB caiga este año 5% o hasta 20%. Ya se diseñó un plan de apoyo para grandes empresas transnacionales, otro para pequeñas empresas y microempresarios autoempleados. Uno más para inyectar recursos adicionales a los hospitales, otro para atención de los niños y el sistema educativo, uno adicional para flexibilizar la legislación de bancarrota, otro más para ayudar a quienes pagan renta, algún plan para intensificar los programas sociales y generación de empleos de medio tiempo. Todo esto bajo la supervisión del Consejo Alemán de la Ética, una entidad autónoma de prestigiados científicos, médicos, teólogos, abogados, economistas y filósofos supervisando que la autoridad no se exceda ni ponga en peligro la libertad o privacidad de sus ciudadanos. Además, Merkel responsabilizó a un grupo de técnicos de monitorear permanentemente las experiencias internacionales exitosas en lidiar con la pandemia, señaladamente Corea del Sur y Singapur. Esto con el propósito de imitar las mejores prácticas. Se me dirá que se trata del resultado de una burocracia profesional, sí, pero sin el liderazgo de Ángela Merkel esa burocracia no sería valorada ni estaría trabajando al límite de sus capacidades para servir a los alemanes. Vale la pena estudiar el ejemplo alemán.