Leo que Alejandro Moreno ha convocado a la máxima reforma interna de la historia del PRI. Ofrece cambiar nombre, logotipos, colores, documentos y tal vez hasta ideología del partido. El único factor inalterable es su permanencia como presidente nacional del PRI, a pesar de la devastadora cauda de derrotas que acaban de suceder en la elección pasada. Para esta profundísima reforma pide convocar a una asamblea nacional con miembros del consejo político que fueron designados por él. La historia no termina ahí, seguramente Moreno buscará encabezar la exigua bancada priista en el senado. La simulación siempre ha sido un arte necesario en la política. No importa si hablamos de la China milenaria, la Grecia clásica, la cumbre del G7, la ONU, el capitolio en Washington o nuestra tribal grilla de campanario en Susticacan, Zacatecas. Bien, siendo eso verdad, la simulación también exige calidad. El nivel de la política se mide por la calidad de sus simuladores. No es lo mismo la simulación de Ángela Merkel aparentando simpatía por Vladimir Putin para garantizar el abasto de gas natural en Alemania, que Alito Moreno convocando a una reforma profunda sin posibilidad de modificar su propio cargo y atribuciones. Una prenda más del folclore mexicano.
En su momento, Carlos Madrazo, Jesús Reyes Heroles y Luis Donaldo Colosio quisieron reformar al PRI. Por una circunstancia u otra, principalmente los intereses creados de la Presidencia de la República que necesitaba mantener el control de un partido disciplinado, les fue imposible. Modestamente, un servidor hizo de la reforma del PRI el tema de su carrera profesional en otra vida. Escribí artículos durante más de diez años a ese respecto, hasta que me di cuenta que el PRI era irreformable. El partido traspasó el momento histórico en el cual había condiciones estructurales para hacerlo, es decir, voluntad y aspiración de su militancia por un partido distinto. Lo primero que un partido requiere para reformarse es la energía y disposición de una militancia numerosa y comprometida. Esa militancia, al ver la incapacidad y cinismo de sus dirigentes, optó por migrar a otras fuerzas políticas: el PRD, MC y a escala masiva Morena. Ya no queda sino un cascarón vacío con un dirigente interesado en salvar cara ante las peores pérdidas de la historia de la organización. La carta de presentación más presumida por Alito cuando llegó a la dirigencia era “sabe ganar elecciones.” Fascinante, el que sabe ganar elecciones perdió prácticamente dos decenas de gubernaturas durante su dirigencia y llevó al partido a su expresión más reducida en votos de toda la historia. Aún con eso, es indispensable subrayar que la decadencia y extinción del partido no es responsabilidad exclusiva de una sola persona ni nada más del último dirigente. Se trata de un proceso largo de extenuación y pérdidas no nada más electorales sino de credibilidad. La corrupción y el incumplimiento de la palabra empeñada anularon al PRI, aunque no a los priistas quienes, como ya decíamos, han encontrado la manera de hacer fortuna en otros partidos.
El PRI fue mucho tiempo la única escuela política y electoral de México. Solo ahí se formaban las mañas, modos, estilos, mentalidades y visión de estado capaces de hacer política en nuestro país. Poco a poco, ese lugar lo irá ocupando Morena pues ya ningún joven con verdadero talento que aspire a hacer política buscará formarse en el PRI. Y es que no hay ni siquiera una escuela de formación política digna de ese nombre. Los mecanismos de reclutamiento no existen, se busca dar espacios a las dinastías históricas y a los cómplices del dirigente en turno. El PRI no merecía terminar así, pues, aunque no logró reformarse a sí mismo, en una contradicción mexicanísima, logró reformar al país. Fueron gobiernos priistas los que cambiaron el sistema político y económico de uno cerrado a uno abierto al mundo. A pesar de todo, Alejandro Moreno tiene en sus manos la posibilidad de contribuir a la reforma, ya no digo del PRI, que probablemente no sobrevivirá, sino
del sistema de partidos en México. Todavía puede pasar a la historia de una manera significativa como aquello que Hans Magnus Enzensberger llamó “los héroes de la retirada”. Son esos personajes que supieron hacerse a un lado a tiempo para dar paso a nuevas etapas y figuras históricas, facilitando el cambio de época y hasta participando en su conducción, pero siempre con la meta de salir de la escena. Retirarse con gracia pues. El ejemplo clásico de Enzensberger fue Mijail Gorbachev, pero más cerca de nosotros, Javier Cercas ha señalado como arquetipo del héroe de la retirada a Adolfo Suárez en España. La contradicción solo es aparente para quien no conoce mucho de la historia de las transiciones: un franquista contribuyó decisivamente al nacimiento de la democracia española. No solo eso, con heroísmo encaró y derrotó un intento de golpe de estado, es decir, salvó la democracia española. Alejandro Moreno puede seleccionar su lugar en la historia, un privilegio que a pocos les toca. ¿Héroe de la retirada o nada más otro dirigente que quiso quedarse hasta el final?