A fines del año pasado se anunció que Adolfo Castañón obtuvo el Premio Nacional de Artes y Literatura 2020 en el campo de Lingüística y Literatura, que se añade a la extensa lista de distinciones recibidas por el polígrafo mexicano. Las prisas y la pandemia me han impedido rendirle el homenaje correspondiente. El maestro Castañón es uno de los escritores más polifacéticos de la literatura mexicana contemporánea. Poeta, crítico literario, traductor, investigador de la historia, el arte y la música, bibliófilo, bibliotecario, archivista, editor, periodista cultural. Posiblemente, Castañón es el divulgador más importante que haya existido de la obra de Alfonso Reyes. Erudito por los cuatro costados, Castañón es, ante todo, un lector apasionado que se inscribe en la mejor tradición ensayística de Montaigne. El gran público ubica bien a Castañón gracias a sus programas de entrevistas a las figuras más sobresalientes del pensamiento, la ciencia y la cultura en la estación OPUS 94 del Instituto Mexicano de la Radio. Conocí a don Adolfo Castañón durante una comida en la Academia Mexicana de la Lengua. El gran polígrafo y su humilde servidor compartimos una comida. Al conocer mi origen sonorense, me contó que él organizó la publicación de la correspondencia del presidente Plutarco Elías Calles. Con amable sencillez, al enterarse que viví en Mazatlán, Sinaloa, Castañón siguió la conversación comentando la poesía de Gilberto Owen y el grupo de Los contemporáneos. Le hablé de mi interés por la obra de Ramón Rubín, novelista mazatleco a quien mucho admiro. Castañón y yo rápidamente nos acercamos por esa afinidad literaria. Castañón no solamente admiraba a Rubín, sino que había sido su amigo y conservaba el manuscrito inédito de sus memorias. “Es una lástima que prácticamente nadie conozca a Rubín” le comenté. Furioso, Castañón replicó airado “¿Y para qué quiere que lo conozcan muchos? Ramón Rubín no cortejaba la fama sino la gran literatura, era un escritor de verdad. Lo conocimos y admiramos Juan Rulfo, Adolfo Castañón y usted. Es decir, lo conocemos quienes teníamos que conocerlo. ¿No le basta?” Nunca olvidaré semejante lección. Antes de la pandemia, solía ver al maestro Castañón siempre que me era posible, cuando en medio de su apretada agenda, aceptaba una invitación a comer. Desde luego, me limito a escucharlo para aprender de su fascinante manejo del idioma. ¡Ay de los pueblos que no tienen figuras consagradas al cuidado, protección y difusión de la alta cultura como el maestro Castañón! ¡Ay de los hombres y mujeres que no conocen el placer y el enorme privilegio del trato con un sabio como él!

Aclaraciones: Mi colaboración anterior tuvo numerosísimas respuestas. Desde gente de organismos de la sociedad civil que se comunicaron para expresarme su coincidencia con mi valoración, hasta varias críticas, algunas muy inteligentes como la de Olimpia Flores Ortiz. Un grupo de ciudadanas me manifestó su indignación por una expresión que no reproduciré aquí para evitar ofenderlas nuevamente. Dejo constancia de mi compromiso de no volver a usar ésa ni otras similares, aunque se desvió el sentido original de mi crítica y preocupación por la falta de perfiles obreros, campesinos y del sector informal en su partido. A Jorge Álvarez le prometí retirar el comentario relativo a las agendas de nicho, por no figurar en documentos oficiales. Retirado, mi error. Lamentablemente no dispongo del espacio para contestarles a muchos con la atención y el respeto que merecen, pero repito la invitación que les formulé la semana pasada para discutir civilizadamente con mayor amplitud en otros foros. A todos, gracias por leerme.

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