En México, todos los políticos de izquierda se presumen herederos de Lázaro Cárdenas, pero, secretamente, anhelan parecerse a Plutarco Elías Calles. En diciembre de este año, se cumple un siglo de la toma de posesión de don Plutarco, uno de los más importantes constructores del sistema político mexicano en el siglo XX. A diferencia de los presidentes Cárdenas, Díaz, Obregón o Santa Anna, y de los caudillos Zapata o Villa, tenemos muy pocas biografías de Calles en el mercado editorial. Sobre Calles pesa el estigma del Maximato, período al cual todos los presidentes de México condenan, pero quisieran emular. La derecha lo aborrece por la guerra cristera, la izquierda lo detesta por no ser lo suficientemente radical en sus simpatías socialistas. En suma, su destino es igual que el del PRI, odiado por ambos extremos de nuestro fanatismo político. Numerosos analistas se rompen la cabeza buscando cuál proceso de autocratización internacional se parece más a lo que estamos viviendo en nuestros días. Da la impresión de que no hace falta voltear tan lejos. Después de su último informe presidencial donde argumentó que había llegado la hora de pasar del país de caudillos al de instituciones, Calles se erigió en jefe máximo de la revolución. Dicen que, a partir de entonces, él gobernó por detrás de Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez, pero, como demostró Tzvi Medin en su libro El minimato presidencial, hubo fuertes tensiones entre esos presidentes y Calles. Don Plutarco efectivamente les impuso a varios integrantes de sus gabinetes, intervenía en la designación de los líderes de las cámaras y se reunía continuamente con actores políticos. En ese periodo se popularizó la frase “aquí vive el presidente, el que manda vive enfrente.” Estos presidentes, como confesaron ellos mismos, no tenían el ascendiente político de Calles sobre los factores reales de poder ni sobre las masas, de modo que no lo enfrentaban abiertamente para evitar un nuevo derramamiento de sangre después de tantos años de revolución. Para fingir que estaba retirado, Calles se iba a su rancho en provincia, a donde de todas maneras peregrinaban infinidad de políticos y periodistas para ir a solicitarle orientación. Un estado de cosas que se mantuvo intacto hasta que su protegido político, el general Cárdenas, llegó a la Presidencia y desmanteló completo el aparato de dominación callista para sustituirlo por el suyo.

Don Plutarco, un maestro rural oriundo del puerto de Guaymas, no tenía el gigantesco carisma de su paisano Álvaro Obregón para seducir a las masas, ni mucho menos su genialidad militar. Tenía, eso sí, una mayor astucia y don de mando. No era un simple conspirador, sino un estratega malicioso que sabe construir y administrar instituciones desde las sombras. Dice Maquiavelo que en política siempre será preferible ser temido antes que amado, y don Plutarco entendía esto a la perfección. No buscaba el protagonismo de otros caudillos, sino el poder ejercido desde la secrecía. No era un asesino, pero tampoco le temblaba la mano para matar en aras de pacificar el México bronco. De la nada, ese maestro rural del que se burlaban los intelectuales (empezando nada menos que por Vasconcelos), creó el primer partido político del México moderno, ese que le daría estabilidad y distinguiría al país del resto de América Latina. No solo eso, sino que le ordenó a su empleado y subordinado político, Manuel Gómez Morín, el primer tecnócrata, la fundación del Banco de México y la creación de un banco de crédito agrario. Calles multiplicó las escuelas rurales de artes y oficios, construyó presas, carreteras, disminuyó la deuda pública, captó mucha inversión extranjera, atrajo la instalación de industrias y creó la primera línea aérea de México. Por cierto, cuando ganó la presidencia en 1924, la revista Time puso en su portada un enorme retrato de don Plutarco con la leyenda Puppet (marioneta), insinuando que sería prácticamente un encargado de despacho de Obregón. Como se ve, los analistas, incluso los internacionales, se equivocan más frecuentemente de lo que aciertan.

Hay una anécdota apócrifa muy llamativa. Supuestamente, en una gira del presidente Obregón a provincia, lo acompañaron Plutarco Elías Calles y José Vasconcelos. Llegaron a una ranchería inmunda y miserable. Vasconcelos le preguntó a un campesino muy pobre “Oye tú ¿de dónde eres?”. Y el campesino respondió “de aquí, señor”. Vasconcelos, furioso, le replica “pero ¿dónde es aquí? ¿a qué municipio pertenece tu pueblito?”. El campesino se encogió de hombros y se fue. Calles se burló: “Mándele su colección de libros clásicos, licenciado Vasconcelos. La Ilíada seguro es lo que más falta le hace aquí en medio de la nada para aliviar su ignorancia. Por eso los intelectuales no le entienden a la política mexicana.” Les digo que el callismo sigue vigente…

Analista.

@avila_raudel

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