Vaya forma de conmemorar el aniversario 40 del retorno a la democracia en Argentina. Por un lado, es digno de celebración la capacidad de llevar a cabo elecciones justas y limpias en un país en donde hace apenas unas décadas esto parecía imposible. Pero, por otro, bajo estas condiciones se eligió a una figura que pretende dar un reset total a esta nación bajo una visión antisistema y antidemocrática. Resulta inviable pensar el fenómeno Milei como una coyuntura meramente nacional cuando su ascenso y triunfo se inscriben en una lógica en la que los outsiders, el nacional populismo y los movimientos ultras ya no son la excepción a la regla. Es por ello que México y el resto de América Latina deben estar atentos a las lecciones que estos comicios dejan.

La victoria es del hartazgo. El triunfo de Milei refuerza la tendencia en América Latina del voto de castigo. En todas las elecciones celebradas en la región desde 2019, con excepción de Paraguay, se ha elegido a la oposición frente al oficialismo. Esto se traduce en que la verdadera victoria es la del hartazgo generalizado, no realmente de una ideología ni de propuestas como se intentó caracterizar con la llegada de una supuesta “nueva ola de izquierda”. Hacia ambos sentidos del espectro político, se busca elegir el mal menor, aún si esto implica dar un salto al vacío. En el caso de Argentina, no es difícil entender el por qué, luego de décadas de gobiernos que han dejado a la población frente a un desastre económico que merma su calidad de vida minuto a minuto. Lo que sí resulta llamativo es que la tercera parte del electorado, principalmente aquellos adherentes a la alianza Macrista de Juntos por el Cambio, eligió darle su voto a Milei en esta segunda vuelta no por su agenda, sino por la esperanza de que no logre materializarla. Entre todos los factores racionales y emocionales que llevan a la decisión del voto, es quizás ésta, la del deseo del no cumplimiento, la que más desazón causa.

Lo impensable se ha vuelto lo cotidiano. Hasta hace unos meses, cualquiera hubiera pensado que un candidato que carga una motosierra en sus rallies, que se autodenomina el rey león, que afirma que su mascota (a quien clonó tras su muerte) lo asesora desde el más allá y que lleva apenas dos años de experiencia política, jamás podría llegar a la presidencia. Mucho menos, que sería el presidente electo con el mayor porcentaje desde el regreso a la democracia. El fenómeno Milei plantea que los escenarios inconcebibles pueden materializarse mucho más rápido y fácil de lo que se creería. Es por ello que no se debe desestimar, por inviable que parezca su ascenso, a aquellos personajes que con la desfachatez y extremismo que les caracteriza, pretenden llegar al poder.

No subestimar a la población, ni sobreestimar las encuestas. Aunado a varios factores, parte de la derrota de Sergio Massa puede atribuirse a que al Peronismo se le pasó la mano en sus maniobras de campaña. No sólo perdió su candidato, sino que perdió toda la maquinaria política de este movimiento y las artimañas con las que pretendió subestimar al electorado. No bastó el “plan platita” que, con un gasto estimado de 2.5 billones de pesos del erario público, pretendió ganarse a los jubilados y otros sectores vulnerables. No bastó la campaña del miedo, que con una infinidad de propaganda se recurrió a la desinformación para presentarse como la mejor opción disponible. No bastó tampoco que el Gobierno Nacional negara el cambio del día feriado a otra fecha, con la esperanza de que la clase media no fuera a votar. Por otro lado, tanto en ésta como en otras elecciones de la región, las encuestas han fallado significativamente. Ante una sobreestimación mediática y política en ocasiones intencionada sobre la utilidad de éstas, vale la pena tomarlas con la cautela que se amerita. Principalmente, ante los frecuentes intentos de condicionar los resultados inflando o desfavoreciendo a ciertos candidatos. Ambas cuestiones deben de fungir como lecciones tanto para las facciones políticas que contenderán próximamente en la región, como para el electorado que acuda a votar.

Fragmentación equivale a parálisis. Si bien es al Ejecutivo a quien se le responsabiliza mayoritariamente por los males que atraviesan las sociedades, la realidad es que gran parte de la imposibilidad de cambios tangibles también tiene que ver con el Legislativo. En América Latina, así como en otras latitudes, ha ido creciendo la tendencia de una mayor fragmentación partidista o la ruptura de las hegemonías políticas de algunos países. Si bien esto es parte de la vida democrática, también lleva a situaciones de parálisis en donde los intereses políticos (o personales) son la moneda de cambio para avanzar la agenda legislativa. En el caso de Argentina, aunque Milei pregone que no hay lugar para el gradualismo ni la tibieza, su gobernabilidad tiende de un hilo endeble sostenido por su alianza con Juntos por el Cambio. Si bien esto puede cumplir el anhelo de muchos de que no se logre materializar su radical agenda, también pone en charola de plata la combinación perfecta para un estallido social.

No dar por sentado lo alcanzado. Finalmente, la historia ha demostrado una y otra vez cómo los avances logrados en materia democrática pueden desplomarse en un instante. Las instituciones autónomas, la memoria como pilar de la justicia social y la garantía de los derechos humanos como principios básicos de una nación, hoy parecen preceptos frágiles ante la volatilidad política. Por ello, hoy más que nunca, deben de ser defendidos frente a los embates autoritarios, ante las lealtades partidistas y ante los vacíos políticos. De lo contrario, América Latina continuará condenada a elegir entre lo malo y lo peor.

@RaquelLPM


    Únete a nuestro canal   ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.    
Google News

TEMAS RELACIONADOS