El avasallante triunfo electoral de Claudia Sheinbaum en las pasadas elecciones en México evoca paralelismos inevitables con el caso de Dilma Rousseff en Brasil. Con sus respectivos claroscuros y matices, ambas fueron categorizadas como las elegidas de dos líderes carismáticos y populares que marcaron un parteaguas en sus respectivos países y en la herencia de la izquierda latinoamericana: Andrés Manuel López Obrador y Luiz Inácio Lula da Silva. No sólo eso, tanto Sheinbaum como Rousseff comparten un pasado de activismo social, de militancia partidista desde las bases, con perfiles sustentados en una trayectoria académica y más técnica que la de sus antecesores. En este sentido, evaluar el ascenso y la caída de Rousseff pone ciertas luces sobre algunos de los potenciales riesgos a los que se enfrenta Sheinbaum en la senda presidencial.
El primer punto tiene que ver con el contexto de bonanza o declive que se hereda. Dilma Rousseff asumió su primer mandato en un momento económico favorable del cual la gestión de Lula ya se había visto beneficiada, impulsado por el auge de los commodities y la demanda de China. Sin embargo, cuando estas condiciones económicas globales cambiaron, Brasil enfrentó una de sus peores crisis económicas desde la Gran Depresión. La deuda aumentó, el desempleo se disparó y miles de personas salieron a las calles en protesta. Rousseff fue incapaz de revertir la situación, siendo ésta una de las múltiples aristas de su declive.
Parte de la popularidad que mantuvo el presidente López Obrador se deriva de haber mantenido la economía mexicana relativamente estable, aunque con un importante déficit fiscal generado durante su último año de gobierno. Al igual que en el caso brasileño, la economía mexicana no está exenta de riesgos y cambios abruptos. La primera prueba de la virtual presidenta electa llegó más rápido de lo esperado, con la caída del peso y el nerviosismo de los mercados generado en gran medida por la preocupación de la aprobación de reformas constitucionales como la judicial. Aunado a ello, Sheinbaum atravesará la revisión del T-MEC en 2026, cuyas condiciones pueden cambiar drásticamente dependiendo de quién llegue a la Casa Blanca en noviembre. Si la economía se deteriora, Sheinbaum podría enfrentar un descontento social similar al que enfrentó Rousseff, poniendo en riesgo el apoyo social a su mandato.
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El segundo factor de riesgo son los enemigos en casa. Rousseff le atribuyó su destitución a una traición de los suyos, encabezada por su propio vicepresidente, Michel Temer. Pese a que este es un debate que continúa generando polémica en Brasil, es posible decir que la combinación de actos de corrupción con oportunismo político y descontento social generaron la tormenta perfecta. En el caso de Morena, desde el proceso interno de designación de candidaturas se mostraron distintos signos de fragmentación interna. A pesar de que, contrario a Rousseff, Sheinbaum sí tendrá una mayoría sustancial en ambas cámaras, las pugnas internas, los intereses cambiantes y el desmoronamiento de lealtades sin el liderazgo directo de AMLO podrían convertirse en un obstáculo significativo para la presidenta.
El último factor tiene que ver con sus propios perfiles y con la condena de vivir bajo la sombra de sus padrinos políticos. Esto, aunado al peso de la responsabilidad de ser las primeras mujeres al frente del poder Ejecutivo en sus respectivos países, hace de las constantes comparaciones una cuestión inescapable. Dilma Rousseff, llegó a la presidencia con un fuerte apoyo de su mentor, pero siempre operó bajo su sombra. La retórica alrededor de su figura fue muy similar a la que ahora enfrenta Sheinbaum, con grandes cuestionamientos sobre su carisma (o falta de éste) y habilidad política. En el caso de Dilma, este constante paralelo no solo subestimó sus logros individuales, sino que también la hizo vulnerable a las críticas que asociaban sus fracasos a la herencia de Lula.
Hasta el momento, Sheinbaum ha navegado cuidadosamente para mantener la lealtad de la base de Morena que la eligió, mientras intenta mantener un discurso más mesurado. La necesidad de demostrar su independencia y establecer su propio sello distintivo será crucial para evitar ser percibida simplemente como una continuación de su mentor. Por el momento, los gestos simbólicos dan ciertas señales de lo que será su identidad política, aunque será hasta el primero de octubre cuando realmente se comience a conocer a Claudia Sheinbaum como Jefa de Estado. Su legado revelará qué tanto se acerca o se aleja de lo vaticinado, así como la similitud o distancia con el destino de Dilma.
mahc