Tras la culminación de la cumbre del G20 en Nueva Delhi, parece haber un consenso mediático y político que apunta a que el saldo de la reunión fue una victoria diplomática para la India y para el Sur Global. Pese al escepticismo que abundó en días pasados, el Primer Ministro de la India, Narendra Modi, materializó sus principales objetivos: la publicación de una declaración conjunta a pesar de las diferentes posturas respecto a la invasión rusa en Ucrania y la adhesión de la Unión Africana como miembro permanente. Estos logros parecen haberle asegurado, no sólo el reconocimiento como una potencia global en ascenso, sino también una suerte de portavoz de los intereses de países en desarrollo en América Latina, África y Asia. Frente a esta premisa, vale la pena preguntarse el alcance de esta afirmación y dónde queda parado México y América Latina en este tablero.
El encuentro del G20 de este año mostró cómo una de las facetas de la crisis del multilateralismo es la de privilegiar la reafirmación de posiciones de confrontación, en ocasiones, por encima de las de cooperación. Si bien India puso sobre la mesa iniciativas económicas que plantean escapar al entorno geopolítico polarizante que se atraviesa actualmente, sería ingenuo pensar que esto es materialmente posible. La guerra en Ucrania y la rivalidad entre China y Estados Unidos han esgrimido inevitablemente bloques definidos de aliados y antagonistas. Ante esto y frente a la neutralidad que la distancia geográfica les permite adoptar a algunos países, el Sur Global está siendo sujeto a una creciente presión y a la oferta de fuertes incentivos para tomar un bando.
Con la ausencia del presidente de China, Xi Jinping, quien ha hecho de la inversión económica en América Latina y África su principal bandera de influencia, el presidente estadounidense, Joe Biden, aprovechó para presentar un esquema similar que promete una alternativa al gigante asiático mediante préstamos millonarios y la promesa de un compromiso más cercano a regiones que parecieron un tanto relegadas en las prioridades de política exterior del mandatario. Por su parte, Rusia destacó su cercanía al Sur Global atribuyéndole a este bloque el que la guerra en Ucrania no fuera la protagonista de la cumbre y llamó a Occidente a tomar en cuenta las demandas de los países en vías de desarrollo. Así, el Sur Global terminó por asemejarse más a una moneda de cambio para promover intereses ideológicos y pragmáticos de otros que a un bloque de influencia real.
Por otro lado, resulta difícil pensar en India como el país vocero del Sur Global. El concepto que surgió en un esfuerzo de sustituir terminologías despectivas como “tercer mundo”, ha terminado por englobar en una misma etiqueta a países completamente dispares en términos geográficos, económicos, culturales y políticos. Aunque el liderazgo de Modi logró acaparar los reflectores hacia dentro y hacia fuera del país, aún queda por ver su alcance más allá del evento. Si quizás algunos países de Asia y del noreste de África pueden otorgarle el beneficio de la duda dada su cercanía, en el caso de América Latina no parece tan razonable.
Más allá de ello, la participación de México, Argentina y Brasil en el foro evidenció que, en una coyuntura en donde los regionalismos están cobrando cada vez mayor importancia, América Latina no se ha mostrado como un frente integrado en el contexto internacional. Quizás la única excepción es Brasil al ser el presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, quien parece haber tomado la batuta de liderazgo latinoamericano. Es este país el que presidirá el G20 a partir de diciembre y el que encabeza el nuevo banco de desarrollo de los BRICS hasta julio
de 2025. Esto, aunado a la maquinaria diplomática que caracteriza al gigante sudamericano, le coloca en una posición privilegiada. Sin embargo, la inclinación pro-rusa disfrazada de neutralidad de Lula podría costarle rápidamente este lugar.
En el caso de México, el hecho de que la noticia que más trascendió respecto a la participación del país fuera el calzado de la jefa de la delegación mexicana habla por sí mismo. Más allá del mensaje que envía la ausencia del presidente Andrés Manuel López Obrador y de la canciller Alicia Bárcena, indudablemente representa una oportunidad desperdiciada. Si bien la cumbre no es precisamente una victoria sustantiva para el Sur Global, ceder un lugar en la mesa que alberga la representación de dos tercios de la población mundial y el 85 por ciento del PIB es tirar por la borda una posibilidad de incidencia significativa en un momento de crisis global que demanda el mayor número de espacios de interlocución y negociación posibles. Por el contrario, el verdadero triunfo de este conjunto de naciones dependerá de su capacidad para aprovechar los incentivos y posibilidades que la coyuntura actual presenta para transitar así de una posición periférica a una de agencia real en la estructura de poder global.