Hace algunas semanas escribí sobre la historia de María por haber sido acusada injustamente de un homicidio que no cometió.
Recapitulando un poco, el 10 de agosto de 2013, el esposo de María estando en su carnicería comenzó a pelearse con un familiar, tomó un cuchillo y posteriormente le quitó la vida. Al llegar los policías al lugar donde sucedieron los hechos y ver a María, quien había presenciado junto con sus hijos toda la riña, mediante engaños la llevaron a declarar al Ministerio Público, autoridad que horas más tarde le dio la calidad de imputada y ordenó su retención acusándola de haberle pasado el cuchillo a su esposo con el que este cometió el homicidio.
Horas más tarde fue internada en el penal de Barrientos, comenzando así su peor pesadilla, pues después de un proceso sumamente desgastante fue sentenciada a 47 años y medio de prisión.
No conformes con el resultado, quien llevaba su defensa en aquel momento promovió recurso de apelación mismo que fue resuelto reduciendo la sentencia a 43 años 9 meses de prisión.
Al conocer esta situación y sabiendo que era una injusticia, decidí ayudar a María, pues además de que estaba segura de su inocencia, ella para mi representa un símbolo de fuerza y admiración.
Después de meses de estudio, a principio de 2019 promovimos juicio de amparo directo en el que se hicieron valer todas las violaciones en las que había incurrido la autoridad que la había sentenciado.
A manera de ejemplo y con el fin de que puedan ver lo absurda que era la sentencia, la autoridad le otorgó valor probatorio a los testimonios de la familia de la víctima y no a los de la familia de María, cuando de cierta forma -al ser familiares- todos son parciales dependiendo de qué lado están.
No obstante ello, la defensa aportó testigos completamente imparciales como lo son una niña que estaba esperando el camión, el dueño de una miscelánea cerca del lugar de los hechos, un cliente que estaba en la carnicería, los cuales no tenían interés alguno en el asunto -contrario a los familiares de las partes-, y a estos testigos, quienes insisto, eran completamente imparciales, la autoridad decidió no otorgarles valor probatorio sin razonamiento alguno.
Así, después de un año de espera con fecha 9 de enero de 2020 el Tribunal Colegiado que conoció de la demanda, concedió el amparo para que -de entre otras cuestiones-, la autoridad que dictó la sentencia condenatoria realizara una debida valoración de pruebas, tomando en consideración las aportadas por la defensa, sobre todo por existir testimonios completamente imparciales.
Esta fue la primera luz que vimos en el camino de María, por fin las autoridades se habían dado cuenta de la injusticia que estaba viviendo. María estaba segura que sus días en reclusión estaban por terminar.
Es importante hacer un paréntesis, la Sala que condenó injustamente a María, hoy en día se encuentra integrada por magistrados distintos a los de aquel momento, lo que jugaba completamente a nuestro favor.
Unos días más tarde, cuando menos lo esperaba, María me avisó que había recibido una notificación de la Sala en la que le hacían de su conocimiento la fecha de la audiencia de “lectura de sentencia”, los nervios aumentaban por minuto, fueron unas semanas muy difíciles porque a pesar de que nunca perdimos la esperanza, sabíamos que los magistrados de la Sala podían resolver de manera negativa y condenarla nuevamente.
Por fin llegó el día, 3 de marzo a las 13:30 horas, jamás se me va olvidar como me temblaban las piernas y me sudaban las manos, media hora más tarde me solicitaron pasara a la sala de audiencia y los magistrados comenzaron su exposición, después de alrededor de 40 minutos -que me parecieron eternos- y de explicar cómo habían acatado la sentencia de amparo, cómo habían estudiado y valorado cada una de las pruebas -a diferencia de las autoridades pasadas-, escucho: “no se acredita la participación de la quejosa y en consecuencia se revoca la sentencia y se ordena la inmediata libertad de María”.
Lo que sentí en ese momento, jamás lo podré explicar, después de casi 7 años María había ganado la batalla, esa noche por fin iba a dormir con sus hijos, la pesadilla había terminado. Por ese día todo, absolutamente todo valió la pena.
Ese día no solo cambió la vida de María y de su familia, sino que me devolvió la esperanza y las ganas de seguir luchando por casos como este.