Desde la brutal muerte de George Floyd que causó indignación mundial, comenzaron las manifestaciones y disturbios en Estados Unidos, no solo para protestar en contra de la violencia policial y el sistema de justicia sino en contra del racismo en general.
La ola de protestas llegó a México, los manifestantes buscan justicia para Giovanni López, quien fue asesinado por policías de Jalisco tras haber sido detenido por no portar un cubrebocas. Aquí también comienza la lucha contra el racismo.
Las protestas se convirtieron en actos vandálicos en diferentes partes del país, los mexicanos están hartos, buscan alzar la voz y ser escuchados, exigen equidad entre ricos y pobres, entre blancos y negros.
La realidad es que en México sí hay racismo, solo que no nos gusta hablar de ello. El racismo es una cuestión de privilegios, de quién tiene la ventaja, de aquellas características físicas que diferencian a unos de otros.
La Encuesta Nacional sobre Discriminación señaló que las apariencias como lo son el tono de piel, la manera de hablar, el peso, la estatura, la forma de vestir, la orientación sexual y el arreglo personal, son el principal motivo por el que se discrimina a las personas.
Existen diversos estudios que demuestran que el tono de piel de los mexicanos si es un factor que determina el grado de escolaridad, las oportunidades laborales y el nivel de ingresos.
Inclusive, señalan que las personas con tono de piel más oscuro reportan mayor maltrato policiaco que las personas de tez más clara. Pareciera que el tono de piel es la variable del control.
Amnistía Internacional ha señalado en sus investigaciones que los policías suelen detener con mayor frecuencia por parecer “sospechosos” a jóvenes de grupos discriminados como lo son indígenas, migrantes o aquellos que viven en pobreza.
Simplemente pensemos, si se comete un delito y las autoridades observan en el lugar de los hechos a dos hombres, uno de tez morena, tatuado y con ropa deportiva, y otro de piel más clara vestido con traje, es mucho más probable que detengan al primero mencionado solo por su apariencia.
Si de por sí en México no se habla del racismo, de aquel que habita en las cárceles menos; lugar en donde la mayoría de las personas privadas de la libertad no cuentan con recursos económicos y son de tez morena, porque los ricos o poderosos –probablemente de tez más clara-, cuentan con contactos e influencias
que hacen que eviten pisar prisión. Independientemente de los delitos, el común denominador es que los pobres se quedan adentro los ricos afuera.
En ese mismo contexto, otras de las víctimas del racismo en el sistema penitenciario mexicano son los indígenas, quienes en muchas ocasiones enfrentan su proceso sin contar con un traductor y sin conocer el delito por el que son acusados. Los indígenas son un caso más en las estadísticas del Estado mexicano, quien necesita presentar números para comprobar que se está realizando algo en la lucha contra el crimen.
Como lo señaló la Organización de las Naciones Unidas, México también debe combatir el racismo sistemático y los prejuicios raciales en el marco del sistema de justicia penal, no se debe juzgar dependiendo el tono de piel o del nivel económico que tienes.
Empecemos por nosotros mismos, dejemos de lado los estereotipos y los estigmas sociales y comencemos a construir un México sin discriminación y racismo.