En semanas recientes hemos visto que la actividad económica en los Estados Unidos se ha deteriorado, a pesar de los masivos programas de estímulo fiscal y monetarios implementados durante y después de la pandemia. En el primer trimestre del año, el Producto Interno Bruto (PIB) estadounidense se achicó 1.6% interanual, mientras que en el segundo trimestre se contrajo 0.9%, con lo cual se cumplieron dos trimestres consecutivos de contracción en la actividad económica. Con estos datos, se elevaron los temores de que el principal socio comercial de México se encuentre en recesión, a pesar de los esfuerzos de la administración Biden de negar la realidad, argumentando que aún ésta no se declara “oficialmente” y que el mercado laboral sigue “robusto”.
Si bien la tasa de desempleo es baja, la cantidad de personas empleadas sigue siendo menor que antes de la pandemia y los salarios reales llevan varios meses a la baja, tan solo este año han disminuido un 8.3% anualizado. Todo parece apuntar a que persista la debilidad en los indicadores y un crecimiento muy lento (si no es que negativo) durante los siguientes meses. Tan solo hace unos días, el Banco de la Reserva Federal de Atlanta recortó fuertemente su estimado de crecimiento económico en tiempo real para el tercer trimestre de 2.1% a 1.3%.
No perdamos de vista también el factor del alza de la inflación, que se encuentra en niveles récord de los últimos 40 años. Algunos analistas, e incluso funcionarios del Banco de la Reserva Federal, insistieron en que sería un fenómeno temporal que era puramente un efecto de restricciones a la oferta, como las distorsiones en la cadena de suministro. Lamentablemente, hemos visto que no fue así. De hecho, ya nadie habla de una inflación temporal, con lo cual la presión para la Fed para aumentar las tasas de referencia agresivamente para disminuir esta inflación ha ido también en crecimiento. Y no debemos olvidar el componente fiscal: estamos viviendo la resaca de una política monetaria que no solo consistió en mantener las tasas de interés demasiado bajas durante demasiado tiempo sino en una expansión en el balance de la Reserva Federal para financiar un gasto excesivo del gobierno.
A medida que se confirma la desaceleración de la economía, la expectativa del mercado es que la inflación ceda por sí misma y que la Fed termine pronto con el ciclo de alzas en la tasa de política monetaria, logrando un “aterrizaje suave” de la economía. Sin embargo, no podemos descartar un escenario en el cual, ante la continua expansión del déficit fiscal y una Reserva Federal temerosa de causar una recesión, Estados Unidos experimente un periodo extendido de inflación y tasas relativamente altas pero que no necesariamente vendrán acompañadas de una robusta actividad económica.
Las repercusiones para la economía mexicana pueden ser profundas. Actualmente, las perspectivas de crecimiento de la economía mexicana para 2022 rondan 1.5%, fundamentalmente, gracias a dos motores económicos: el sector interno y el sector externo. En los últimos meses manteníamos cierto crecimiento gracias a el sector externo, al crecimiento en las exportaciones, y, por otro lado, las remesas, que han estado en máximos históricos y eso ha permitido una recuperación del consumo y de las perspectivas de los consumidores mexicanos. No obstante, si ese segundo motor empieza a debilitarse, las posibilidades de crecimiento de la economía se reducen drásticamente. Esto en el contexto de una situación delicada por el lado de la inversión, la cual ha experimentado una caída importante a partir de la presente administración y que se ha ido profundizando con las decisiones del gobierno.
¿Qué hacer? Por el lado de las políticas públicas, necesitamos que el Banco de México haga su labor y que no permita que la inflación se siga manteniendo elevada, aunque esto signifique seguir incrementando su tasa objetivo. Por otro lado, más allá de la tasa de interés, es urgente generar confianza para invertir, dar certidumbre para que la inversión privada, nacional e internacional, sea bienvenida.
Respecto al estado de las finanzas públicas en México, eventualmente se pueden convertir en un foco amarillo, ya que, si bien en la pandemia no llevamos a cabo políticas fiscales tan expansivas como en otros países, es decir, prácticamente no hubo apoyos para las empresas y las personas, el nivel de gasto federal ha aumentado, así como el nivel de endeudamiento, particularmente con respecto al PIB. A medida que el dinero se vuelva más caro, las tasas de interés suban inevitablemente y sea cada vez más difícil para el gobierno federal financiarse a tasas competitivas y atractivas, será fundamental hacer un replanteamiento de las prioridades del gasto público.
A pesar del panorama incierto, es posible que empresas y empresarios generen valor para los consumidores y ayuden a satisfacer las necesidades de la gente. Para ello, es útil hacerse de la visión, la asesoría y del análisis adecuado, ser muy prudentes con el uso del endeudamiento y tratar de ser muy rigurosos en el análisis financiero para asegurarnos que estamos contemplando los posibles escenarios adversos, dependiendo de a lo que nos dediquemos.
En entornos retadores y de alta volatilidad, lo que queda es ser más eficientes, más proactivos para buscar oportunidades y poner mucha atención al entorno macroeconómico para tomar las mejores decisiones en el momento oportuno.
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